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Julio Medem habla sobre Manuela Velles

Julio Medem habla sobre Manuela Velles

Es la actriz protagonista de la nueva película del realizador, Caótica Ana, que se estrena en salas de cine el 24 de agosto

11/08/2007 CET
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Caótica Ana es la historia-viaje de Ana durante cuatro años de su vida, de los 18 a los 22. Una cuenta atrás, 10, 9, 8, 7… hasta el 0, como en la hipnosis, a través de la cual Ana comprueba que no vive sola, que su existencia parece la continuación de otras vidas de mujeres jóvenes que murieron de forma trágica y que habitan en el abismo de su memoria inconsciente. Ese es su caos.

Se trata de la nueva película de Julio Medem (Lucía y el sexo, Los amantes del Círculo Polar), que se estrena el próximo 24 de agosto. Está protagonizada por una joven actriz, Manuela Vellés, que el propio realizador nos presentará a continuación. En el reparto Charlotte Rampling, Bebe Rebolledo, Asier Newman, Nicolas Cazalé, Raúl Peña, Gerrit Graham, Matthias Habich y Lluís Homar.


Ana es Manuela Vellés (por Julio Medem)
Recuerdo que era un viernes por la tarde, un día de septiembre, cuando recibí en casa una cinta de miniDV con una selección de casting realizada por Sara Bilbatua. Era la segunda fase tras un larguísimo casting que tuvo lugar durante varios meses antes del verano. Puse esta nueva cinta en mi cámara y la primera candidata que vi fue a una tal Manuela Vellés, de dieciocho años. Empecé a verla con mucha inquietud, echado hacia delante en el sofá, y al minuto de verla y escucharla, respondiendo a las preguntas de Sara, me tuve que echar hacia atrás y apoyarme con fuerza en el respaldo, pensando que todo lo ocurrido hasta entonces se estaba llenando de sentido en ese preciso momento. Tenía ante mis ojos a la Ana que desde que escribí el guión soñaba con encontrar.

SÍ, Manuela Vellés me hizo ver que existía lo que yo buscaba, y este hecho me afianzaba en el imaginario de mi personaje, y a ella, persona que se ponía justo en medio del camino, mirándome con la expresión justa, plantando delante de mí su personalidad magnífica, la convertía en lo mejor de lo mejor. Durante el breve tiempo que duró la entrevista yo me preparé para que cuando Manuela comenzara a interpretar las tres secuencias que Sara le había entregado del guión, me iba a decepcionar. Casi no me apetecía ver cómo interpretaba. Por supuesto la vi, colocando las frases, haciendo de actriz, redondeándolo todo… Cuando eché la cinta atrás para volver a ver su entrevista, mi cámara se estropeó, y no pude ver más en todo el fin de semana, que lo pasé pensando que ya tenía a mi protagonista, pero que venía de la mano de un reto nuevo: Tendría que llevarla, guiarla, enseñarla a interpretar. Manuela no tenía ninguna experiencia, nunca antes había interpretado nada, sólo tenía la intención de ser actriz; se acababa de matricular en una escuela de interpretación. El lunes volví a ver la prueba de Manuela y la del resto de las candidatas de esa primera entrega (Sara me había seleccionado más de cien). Yo miraba a las otras con los ojos muy abiertos, pero en el fondo de mí bullía el extraño deseo de que no quería que nadie me gustara más. Sabía que ese era un síntoma cristalino de que ya había tomado la decisión. Y me sentí afortunado.

Una semana más tarde hice una prueba en persona a Manuela Vellés. En general conseguí rebajarle los vicios y tonos algo fingidos del primer casting. Me gustó ver que se dejaba dirigir, y que era inteligente y muy porosa, pero estaba claro que me quedaba con ella un largo recorrido. La siguiente semana, Nicolas Cazalé, actor francés de origen bereber, llegó a Madrid para hacer una prueba con Manuela para el personaje de Said, un pintor saharaui. Vino desde Paris el día que él pudo; quiero decir que yo no elegí la fecha. Esa mañana, recién llegado, primero estuvimos tomando un café en la Plaza Mayor de Madrid, y yo comencé a hacer video a esta hermosa pareja mientras se estaban conociendo, tímidamente, él más que ella. Saltaba a la vista su diferencia racial, el contraste de sus miradas, ella limpia y sonriente, él serio y algo atormentado… me gustó pensar (en clave de Caótica) que el tiempo corría entre ellos, que les separaba un desierto. Con mi cámara me recreaba en sus rostros, y luego encuadraba al sol: era el día del eclipse.

Yo me dejé disfrutar sintiendo que tenía los astros de cara, y casi me convenció más la coincidencia de lo que ocurrió ese día en el cielo, que lo que luego vi en la prueba que hice en mi estudio. Estuvimos hasta última hora de la tarde, y a la salida Manuela me preguntó si podía responderle algo. Le dije que la llamaría pronto, y que me iba con prisa a casa porque esa noche tenía una cena familiar; era el cumpleaños de mi hija Ana (no le dije que hace dos años fue también la fecha del estreno de mi documental).

Cuando la llamé por teléfono para decirle que quería que fuese Ana, sentí que le daba una alegría y un susto. No me extraña nada. Le pedí que confiara en mí, primero, y luego, mucho más importante, que confiara en ella. Le prometí, le garanticé que la iba a ayudar con toda mi alma, con todo lo que había aprendido en mi vida y en mi trayectoria como director de actores. Le pedí que dejara que mi intuición prendiera la suya, como un disparo de salida para ese largo y dificilísimo viaje que íbamos a iniciar juntos. Elegir a Manuela Vellés para interpretar a Ana, fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida profesional.

El punto de partida en el trabajo de ensayos con Manuela fue construir con ella los recuerdos de su infancia y adolescencia en Ibiza; el olvido frío que sentía por su madre, que les dejó cuando ella tenía doce años, y el inmenso amor que la unía a su padre, que siempre había sido su guía y protector. Parte de la inconsciencia de Ana, que parece moverse sin peso por el aire, y su alegría natural, muy confiada, se debe a la presencia de este hippie alemán, un gigante muy mayor que sólo vive para su hija, escuchando sus risas, viendo cómo se expresa en sus cuadros sin ningún temor a ser juzgada. Klaus es el artífice de esa libertad que Ana respira a grandes bocanadas, sin presión, sin hacer daño a nadie.

Ideamos juntos un álbum de recuerdos, diez momentos grabados en la memoria de Ana, con todo tipo de detalles, imágenes, frases, sensaciones.., que Manuela me iba contando con los ojos cerrados. Luego le pedí que se fuera sola a Ibiza para recorrer los lugares en los que había vivido y se había formado como persona. A su vuelta, Manuela ya tenía el primer germen de Ana dentro. Mi intención era que con el tiempo supiera de ella más que yo, que la sintiera como suya, que le buscara un sitio en su personalidad. Cuando llegara el momento del rodaje, yo debería estar completamente fuera, aunque justo enfrente, para filmarla. Tuve mucho cuidado en que la presencia (en mí) de mi hermana Ana no presionara a Manuela, así que apenas le hablé de ella. Si acaso sólo se tocaron los dedos, en los cuadros que aparecen en la película, que mi otra hermana Sofía le enseñó a pintar a cera.

Manuela ya estaba preparada para empezar a viajar con el personaje, para salir con ella de su entorno luminoso y cálido, para dejar la cueva de su padre y enfrentarse a la vida exterior, cada vez más lejos de su isla. Y sola (ante su profundo caos). En los ensayos comenzaron a aparecer otros actores de la película, como Bebe, Asier Newman, Nicolas Cazalé o Raúl Peña. Aquel fue mi primer motivo (siempre secreto) de preocupación con la actriz Manuela Vellés. Con cada uno de los actores, ella estaba siempre un poco por debajo, a veces demasiado, como con Bebe, a quien Manuela admiraba tanto como cantante que, literalmente, se ponía roja de vergüenza y se hacía pequeña. Bebe era todo improvisación, siempre con el carácter en la mano, creativa, espontánea, una salvajilla llena de gracia y verdad, justo lo contrario que Manuela, a la que el miedo le quitaba la voz. Estaba trabajando con una persona que todavía no era actriz, de ahí que le costara sentirse segura, interactuar con actores que ya tenían cierta experiencia.

Manuela nos acompañó a parte del equipo en nuestro viaje de localizaciones en Nueva York, yo quería que ella conociera con sus propios ojos la ciudad que su personaje había elegido para su nueva vida. Volviendo en avión pensé con preocupación que era urgente idear una manera nueva de presentarle a Manuela su nuevo trabajo, para que se sintiera segura como actriz sin compararse con sus compañeros. Todo consistía en fortalecerla, darle confianza y favorecer su concentración.

Recuerdo que paramos los ensayos en Navidad. Manuela estuvo siete días alejada de Ana mientras yo le escribí un monólogo a medida para que se narrara a sí misma su historia-viaje en la película. Tras aquel descanso navideño, trabajando todas las tardes con el monólogo, sin el resto de los actores, unido al hecho de que las clases de técnica de voz con la especialista Lidia García estaban comenzando a surgir efecto, empecé a ver con asombro a la actriz Manuela Vellés; natural, fácil, moldeable, fuerte y, sobretodo, concentrada.

Volvimos a ensayar con el resto de los actores, y todos notaron el cambio con gran entusiasmo. Aparecieron también Matthias Habich (su padre) y Gerrit Graham (Mister Halcon), que me expresaron su fascinación por esta nueva actriz. Yo no podía sentirme más feliz y orgulloso (después del susto de antes de Navidad). Mientras, se sucedían las reuniones de jefes de departamento, lecturas de guión con el equipo, en fin, lo habitual, sólo que yo entonces, y se me notaba, irradiaba seguridad al resto, ya que la gran apuesta de la película, la interpretación de Manuela, estaba creciendo, día a día, así que sentimos que todo nuestro trabajo se llenaba de sentido. Teníamos un tesoro que era Ana, y la llave maestra para el resto de los departamentos, para abrir todos los sentidos, para que las corrientes confluyeran en el mismo cauce, ya la llevaba dentro Manuela Vellés.

A mediados de febrero de 2006 comenzamos un rodaje de 12 semanas, el más largo y complejo que he hecho en mi vida. Y a la vez el más fácil, gracias a la sensación de haber tenido un gran equipo y, sobre todo, a la mejor Ana que podía imaginarme. Manuela Vellés se crecía cada día ante el pasmo, la admiración y el cariño de todo el equipo. Su actitud se parecía más a la de una aventurera, todo era tan nuevo, tan distinto a lo que había hecho hasta entonces que ella misma se renovaba cada día, era fascinante ver que no se desgastaba con el esfuerzo, con la cantidad de horas que había que estar en la máxima concentración, ni con la responsabilidad. Los demás sí, por supuesto, y yo el primero. Pero Manuela parecía avanzar en la historia sin rozamiento, dejándoselo todo en cada reto, en cada secuencia, muchas delicadísimas hasta para la actriz más experta. Crear, me refiero a crearse a sí misma como actriz y personaje sacando de un fondo que no conocía, pero que a ella misma le pareció inagotable, se convirtió en un acto de felicidad, que nos contagió al resto del equipo. Sí, Manuela Vellés, nuestra querida protagonista, nos decía que nunca en su vida se había sentido más feliz, y todos nos impregnamos de esta preciosa energía de juventud, de esa profunda fuerza de la que ella está tan bien dotada (quizá no lo sabía y entonces la estuviera descubriendo). Nunca en mi vida he presenciado un espectáculo tan fabuloso de transformación y de conquista, nada fue difícil para ella. Sólo deseo que Manuela Vellés siga enganchada a esta corriente pura que nace de sus más profundas y enigmáticas entrañas, para que le garantice un buen combustible para su creatividad. Yo le auguro un exitoso y larguísimo futuro.


Manuela Velles y Caótica Ana en imágenes
Puedes ver ya la colección de fotos de la película y las de la joven actriz Manuela Vellés.

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