Introducción (Nathalie Leuthreau, guionista)
Un verdadero mito que se convirtió en la primera "estrella" conocida en todo el mundo, Sarah Bernhardt sigue despertando fascinación. No solo dejó una huella imborrable en su época, sino que su nombre ha perdurado a lo largo del siglo XX y todavía hoy sigue vivo. Y, sin embargo, pocas personas saben realmente quién fue.
Su carisma y los acontecimientos que marcaron su vida fueron extraordinarios. Sarah fue una inmensa trágica, con una voz cautivadora y un magnetismo poco común, pero también una mujer adelantada a su tiempo. Una mujer libre de cuerpo y espíritu.
Defendió sus convicciones con determinación, a menudo contra la opinión de la mayoría. Aunque no abrazó abiertamente la causa feminista, la vivió de manera natural. Fue una aventurera que viajó por todo el mundo y atraía multitudes allá donde iba. Una mujer que vivió intensamente, disfrutando de todos los placeres y saboreando lo prohibido.
Su vida es fascinante, y me sumergí en ella para conocer todas sus facetas y descubrir a Sarah a través de sus múltiples relatos y escritos. Una vida tan rica que me resultó imposible narrar en su totalidad sin riesgo de reducirla a una copia pálida. Por eso elegí centrarme en dos periodos clave de su vida: el día de su consagración en 1896, organizado por sus más cercanos, y la amputación de su pierna en 1915.
Pero para encarnar a Sarah y darle toda su carne en un tiempo tan condensado, tuve que aprovechar este conocimiento para darme la libertad de tejer lo que las biografías apenas esbozan: imaginar lo plausible, explorar los lazos inquebrantables y amorosos que unieron a Sarah y Lucien Guitry. También me basé en la disputa entre Lucien y su hijo Sacha -ambos enamorados de la misma mujer- para fantasear con una apasionada historia de amor que diera a Sarah la medida completa de su exceso y locura.
La Divina Sarah Bernhardt no es un biopic, sino un retrato inspirado en la vida de Sarah Bernhardt. Una Sarah esbozada con un gesto libre, a su propia imagen, abrazando las mentiras en toda su sinceridad.
Entrevista con Guillaume Nicloux
P: Sarah Bernhardt es sorprendentemente moderna, pero también una persona con mil facetas. ¿Cómo entró en tu vida y en tu cine?
R: Me fascinó gracias a Nathalie Leuthreau, que escribió el guion. Debo admitir que no sabía mucho sobre ella, pero Nathalie lo había leído absolutamente todo y elaboró un relato extremadamente preciso y documentado, antes de que poco a poco identificáramos dos puntos focales en la locura y el torbellino que fue su vida: el día de su jubileo y la amputación de su pierna.
Al abordar a este "monstruo sagrado", rápidamente dejamos de lado la necesidad de un biopic realista y de una narrativa total. Paradójicamente, los dos momentos clave que elegimos están poco documentados. La película se refugia en esa ausencia de certeza, lo cual resulta muy estimulante para un cineasta.
P: ¿Qué te acerca más a Sarah Bernhardt?
R: Siempre he tenido un trasfondo de anarquismo punk, que me llevó a interesarme por figuras rebeldes, que van a contracorriente, alimentadas por el lema "ni Dios ni amo". Sarah Bernhardt es una de esas personas vampíricas, capaces de absorberte con su presencia, con sus exigencias y contradicciones, con su generosidad y su exceso.
Es una mujer excesiva: demasiado amorosa, demasiado violenta, demasiado injusta, demasiado enamorada de la justicia, demasiado rebelde. Todas esas facetas se complementan y se alimentan mutuamente. En este sentido, es una película abiertamente "romántica": una historia de amor en la que la pasión de una mujer artista prevalece sobre la razón y la moralidad. Un destino único, cuya vida estuvo guiada por la imaginación y la superación de sí misma.
P: Su modernidad es impactante...
R: En particular, su libertad frente al control patriarcal, que se expresó durante toda su vida: sus múltiples amores, su oposición a la autoridad -aunque practicara sus excesos-, su interpretación de roles masculinos, sus compromisos políticos, su bisexualidad, su forma de asumir la maternidad sin un marido... Todo esto era profundamente subversivo para la época.
Dirigía un teatro, se ocupaba de los vestuarios, de los decorados, recortaba las obras, reescribía el texto si no le convencía.
Era radical y obstinada, lo que impone respeto. Administraba su propio dinero, rompía con las buenas maneras, se contradecía y lo asumía. Pero, además, Sarah Bernhardt fue vanguardista en su arte, porque inventó un modo de juego teatral.
Es perturbador ver cómo aplicaba por adelantado el método Stanislavski, usando su memoria emocional. Según ella, para representar el dolor en el escenario había que estar en dolor; para hacer llorar al público, había que tener lágrimas reales. Aunque afirmaba que lo importante era dar ganas de llorar, la interpretación no excluía el sufrimiento.
Y, sin embargo, su actuación no coincidía con la interioridad que más tarde desarrollarían Kazan y Strasberg en el Actors Studio. Ella logró tempranamente una combinación improbable de interioridad y excentricidad.
Cuando Nathalie y yo escuchamos la voz de Sarah Bernhardt en la casa de Jean Cocteau, nos quedamos atónitos por la forma en que declamaba. Actuar así hoy parecería totalmente surrealista.
P: Sandrine Kiberlain es excepcional. ¿La tuviste en mente desde el principio?
R: Sí. La primera lectura de una versión del guion para Sandrine fue hace cinco años. Se lo enviamos y ese mismo día, a las once de la noche, nos llamó para decirnos que estaba entusiasmada con el proyecto.
Fue muy estimulante saber que habíamos tocado una fibra sensible en una actriz que se emocionaba con el destino único de otra actriz. Y Sandrine fue extraordinaria en su inventiva y concentración durante todo el rodaje.
Hasta tal punto que me dio la impresión de descubrir a Sarah Bernhardt al verla a través de ella. Por ejemplo, de repente, cuando interpretaba a Sarah en su vejez, surgió una risa inesperada. ¿De dónde venía? No lo sé. Todas las escenas son difíciles, porque están llenas de exceso, y no quieres exagerar demasiado ni caer en lo ridículo.
El lema de Sarah Bernhardt era "de todas formas". "Aun así, lo haré". Y Sandrine lo hizo completamente y de manera maravillosa. Casi no hay escena sin ella.
P: Sandrine Kiberlain es Sarah Bernhardt sin imitarla. ¿Se planteó la cuestión de la imitación?
R: No. Sabíamos que sería imposible y a mí no me interesaba. En cambio, había que reinventar a Sarah de tal manera que pudiéramos comprender por qué era tan fascinante, por qué el público se conmovía tanto, por qué hombres y mujeres se desmayaban en el auditorio.
Así que, para establecer una interpretación interior, empezamos con una escena de agonía -que ella adoraba-, donde uno puede dejarse arrastrar, para establecer de manera definitiva el compromiso que ponía en sus papeles.
P: ¿Por qué era tan importante para ti no quedar atrapado por toda la información y libros que habías leído?
R: Sarah Bernhardt construyó su propia leyenda. Quizá una forma de serle fiel era escribir nosotros mismos un capítulo, pero un capítulo cinematográfico, después de empaparnos de todo lo que habíamos leído y aprendido sobre ella.
Nos tomamos la libertad de fantasear con ciertos aspectos de su vida desarrollando una historia de amor con Lucien Guitry, el padre de Sacha. Su aventura no está probada, pero el contexto sí lo está, al igual que sus impulsos apasionados, que pudieron llevarla a sufrir terriblemente.
Esta historia, inspirada en otros amores de Sarah, explora su personalidad entera y comprometida, a menudo desgarrada entre el abandono y el apego.
P: ¿Por qué elegiste a Lucien Guitry, interpretado por Laurent Lafitte, en lugar de otro hombre para encarnar esta pasión amorosa?
R: Lucien Guitry fue una gran estrella desde la década de 1890 hasta 1925; era tan famoso en Francia como ella, su contraparte masculina y su mejor amigo. Y además era dieciséis años más joven.
El papel no es fácil, porque Sarah absorbe todo lo que la rodea, pero creo que Laurent Lafitte lo interpreta con una densidad que conmueve.
P: La película se atreve a ser anacrónica...
R: Sí. No tengo ningún problema en introducir cuadros de Monet o Munch en su casa, aunque todavía no los hubieran pintado. O la electricidad, porque en 1885 pocos lugares estaban iluminados así.
Entiendo que algunos cineastas trabajen dentro del marco estricto de la verdad histórica, pero eso no es lo que me obsesiona. El cine no está obligado a ser auténtico, y la precisión factual no siempre aumenta la empatía o la emoción.
La exploración de los sentimientos y el poder de la encarnación me interesan tanto como el contexto.
Necesitaba soñar con ella, capturarla en el espíritu de su tiempo. No importaba si inventaba o no, siempre que recompusiera el mundo y me arrastrara en su locura.
Ella misma, que escribió sus memorias, creó su propia leyenda; ya no distinguía entre lo falso y lo verdadero en su vida. Incluso los autores más reputados extrapolaban ciertos episodios para completar el relato.
Se habla de sus viajes a Estados Unidos y Australia, de sus giras por Sudamérica que a veces duraban más de un año... pero ¿quién conoce realmente los detalles? ¿Qué tan cierto es todo?
Su memoria ha pasado a la historia, y Sarah sigue dejando huella más allá de las fronteras, con algunos teatros en América Latina que todavía llevan su nombre.
P: La película tiene un ritmo muy marcado, con una energía muy musical...
R: La película se rodó dejando que la cámara se moviera libremente, lo más cerca posible de los personajes. El principio de la iluminación nos dio la máxima movilidad para seguir a Sarah en su libertad de movimiento.
Y la música era parte natural de la historia, no solo la de Reynaldo Hahn, compositor cercano a Sarah. También Ravel, Debussy, Chopin, Grieg, Franck y Schubert se hicieron presentes, enriqueciendo el rodaje de formas inesperadas y guiando además el montaje.
P: La película muestra imágenes de archivo de su funeral.
R: Fue enterrada con los honores de un gran jefe de Estado. Lo que parece una locura es la notoriedad que alcanzó en aquella época, sin basarse en archivos, radio ni ningún otro medio de comunicación de masas.
Solo quienes la habían visto en el teatro podían hablar de ella y transmitir su admiración y fe en lo "divino", como ella misma se llamaba.
Entrevista con Sandrine Kiberlain
P: ¿Cómo se construye un personaje como Sarah Bernhardt?
R: Quizá evitando cualquier construcción deliberada. Ante todo, no hay que pensar en lo que representa, en su aura de "monstruo sagrado", como la llamaba Cocteau. Eso resultaría intimidante.
Me concentré en cosas más intangibles: su energía, su libertad, intentando liberarme lo más rápido posible de cualquier cosa que pudiera ser un obstáculo.
P: ¿Por qué crees que encarna la esencia de la actuación?
R: Sarah Bernhardt interpreta todo el tiempo, incluso cuando no está sobre el escenario, incluso con los más cercanos a ella. Está constantemente sobredimensionada. Era desproporcionada, excéntrica: dormía y ensayaba en un ataúd, estaba rodeada de animales salvajes... Era libre en todo, incluso en sus palabras.
Pero ni siquiera se puede llamar valentía, porque no estaba pensado, calculado ni era consciente: simplemente no tenía límites.
P: ¿Has intentado distinguir entre mito y verdad histórica?
R: Me involucré en este personaje sin siquiera discutirlo con Guillaume Nicloux. Fuimos juntos a ver la exposición dedicada a ella en el Petit Palais. Nos dejamos habitar por ella sin hablar nunca directamente de ella entre nosotros.
Un día, Guillaume me dijo que había aconsejado a Amira Casar, que interpreta a su amante-mejor amiga-gobernanta, que pensara en Brad Pitt para encarnar un dolor secreto y reservado. Le pregunté: ¿y yo? ¿En quién debo pensar?
P: ¿Y qué te respondió?
R: Me dijo: "¡Eso depende de ti! Ya verás, confío en ti, lo inventarás. En algún momento saldrá de ti". Esa indefinición me dio la gran responsabilidad que necesitaba.
Presté muchísima atención a la imaginación de la diseñadora de vestuario, del director artístico y de todo el equipo, porque según el traje que llevaba surgía una Sarah diferente.
Después de todo, ella fue la primera mujer en desterrar el corsé, como lo llamaba, mucho antes de que los modistos impusieran su abolición.
De hecho, tenía un vestido que me sujetaba, que me alargaba el cuello, que me daba una sensación interior de grandeza. Ella ponía mucho de sí misma en sus trajes, en la preciosidad de las telas, en sus decorados, en todo el teatro en el que se movía... Era actriz de principio a fin.
P: La primera escena está interpretada con tanto realismo que casi puede confundirse... Es una escena de agonía.
R: Sí, le gustaba especialmente representar los últimos momentos. No se pueden imaginar esas escenas con antelación: vas allí, entras en ellas. Y eso vale para toda la película: solté las riendas.
Me entregué completamente. No intenté analizar lo que hacía ni cómo lo hacía. Esa es una de las razones por las que tardé tanto en ver la película de Guillaume.
Tenía un poco de miedo de descubrir cómo me había dejado arrastrar por ella. Sentía que estaba yendo demasiado lejos. Voluntariamente. Había que ir lejos para interpretarla.
P: Y asumir todos los excesos... Incluso la risa, que recuerda un poco a Marceline Loridan.
R: No lo había pensado, pero es muy acertado que menciones a Marceline, porque es una risa de libertad.
Mi mejor amiga, que es actriz, me dijo: "Es fantástico que interpretes a Sarah Bernhardt porque nunca habías hecho un papel con tanta extravagancia en el cine, y yo lo sé porque te he visto en el Conservatorio interpretar personajes de ese calibre, en los que de repente los gestos y la voz ya no eran tuyos".
Como si hubiera sido ella en algún momento de mi vida...
P: ¿Has escuchado la voz de Sarah Bernhardt?
R: Sí, pero desde luego no quería imitarla. Eso fue lo único que Guillaume y yo hablamos muy pronto: ¿debíamos reproducir la verdad de Sarah Bernhardt copiando su manera de actuar y su entonación, o apropiarnos de ella de otra manera?
Optamos por la segunda opción: captar la emoción y la fuerza que emanaba. No se trataba de copiar a Sarah Bernhardt, sino de evocarla en el exceso, en lo desmesurado y en la sinceridad que ponía al interpretar personajes que hacían desmayar o llorar al público cada noche.
Tratamos de encontrar nuestra propia manera de rendir homenaje a Sarah Bernhardt. Pero también de hacerla accesible.
P: Lo sorprendente es que, visto hoy, resulta completamente moderno. Pero no da la impresión de que fuera criticada en su tiempo por ello. Interpretaba papeles masculinos, reescribía obras, dirigía un teatro, escogía amantes más jóvenes que ella, o mujeres.
R: Sí, y todo eso en una época en que era inconcebible. Se fue al extranjero a actuar para los soldados. Nadie podía detenerla.
Me sorprendió hasta qué punto pudo imponer lo que quisiera. Era como si sus palabras fueran más fuertes que el asombro que provocaban.
Más de una vez, los de su entorno le dijeron: "Ya no es ni siquiera locura, ni siquiera extravagancia...". Y aun así la seguían en cada paso.
P: ¿Cómo afrontaba la misoginia de su tiempo?
R: Tengo la impresión de que estaba por encima de ella, era inalcanzable. Defendía a la mujer y a la artista que era, las posturas que tomaba, su deseo de interpretar papeles masculinos, de no dejarse frenar por nada ni por nadie.
Creo que tuvo la peor infancia y que realmente fue maltratada. Aunque la película no es un biopic, a veces habla de su infancia. Me gusta mucho la decisión de Guillaume Nicloux y de la guionista Nathalie Leuthreau de centrarse en dos episodios clave de su vida en lugar de desplegar toda su biografía.
P: Su talón de Aquiles era el amor, y la película da la impresión de una libertad sentimental total...
R: Sí, incluso sus amistades eran románticas. Amaba a los hombres que la rodeaban. Podía acostarse con su mejor amiga, o con su mejor amigo.
Guillaume usó el personaje de Lucien Guitry para evocar su fragilidad, sus fallos. Imaginó una historia de amor con él, aunque no sepamos si fue real.
P: Sin embargo, la película está llena de frases sorprendentes. ¿Tienes alguna favorita?
R: Me gusta bastante cuando decía a sus amigos: "Está pensando, está pensando. Pero cuando termine de pensar, yo ya estaré muerta".
Sin necesidad de querer tener siempre la última palabra, era incisiva y directa.
Me conmueve profundamente cuando decía, justo antes de salir a escena: "Déjenme, tengo que dejarme a mí misma". Es sobrecogedor. Porque ahí está dicho todo sobre los actores. Y es totalmente ella.
P: También la vemos inspirar a Zola antes de que decidiera escribir su "Yo acuso" en favor del capitán Dreyfus.
R: Ella lo instó en un momento en el que él aún no estaba listo para posicionarse. Lo convocó e imploró que usara las palabras que tan bien dominaba.
"Sumérgete en este caso y verás que tienes razón al querer su libertad".
P: ¿Quién sería Zola hoy para defender a un nuevo Dreyfus? ¿Quién sería? Me hago esa pregunta a menudo.
R: No sé si realmente ayudó a Zola a tomar partido en el caso Dreyfus, pero es un hecho que ella se arriesgó defendiendo a personas que no estaban en el centro de la atención.
Pienso en la causa de las mujeres. Al interpretar papeles masculinos como lo hacía, exigía igualdad.
Cuando, durante la Gran Guerra, pidió que le amputaran la pierna, dijo a sus oponentes: "Estamos cortando la pierna de toda una generación de jóvenes. Adelante, ¡córtenme la pierna!".
P: ¿Entonces no sufría con el envejecimiento?
R: Sarah Bernhardt fue la primera en someterse a una cirugía estética. También fue la primera "influencer" en vender marcas con su rostro y personalidad, aunque la imagen no fuera tan central como hoy.
Cuando recurrió a la cirugía estética, también lo hizo por curiosidad y por gusto de experimentar.
Por otro lado, en los primeros días del cine, cuando Sacha Guitry le explicó que quería filmarla para conservar la memoria de personas ilustres como ella o Rodin, ella respondió que le parecía interesante, pero sin entusiasmo.
En ese momento ya estaba en Belle-Île repartiendo pan a quienes no tenían. A veces olvidamos que esta egocéntrica era increíblemente generosa: pensaba en las necesidades básicas de los demás.
P: Cuesta creer que La Divina Sarah Bernhardt sea la primera película francesa realmente dedicada a ella...
R: Guillaume y yo quisimos hacerla coincidir con el centenario de su muerte. Todo el mundo conoce a Sarah Bernhardt, y sin embargo siento que su modernidad y excentricidad permanecen en la sombra.
P: ¿Qué descubriste al sumergirte en la vida de Sarah Bernhardt?
R: Descubrí a la mujer. Leí varias biografías, incluidas sus memorias, mientras aprendía el texto. Ese fue el único trabajo que hice previamente: apropiarme del texto como si fuera mi propio lenguaje.
Fue la primera vez que trabajé con un coach y durante tres meses memoricé los diálogos. Tenía que asimilarlos completamente, porque Sarah Bernhardt se expresaba muy deprisa.
Era imposible titubear o decir una palabra por otra. Empezamos a rodar en enero, y yo había comenzado en octubre, como si aprendiera una obra de teatro, con lecturas de mesa que tenían que quedar grabadas en mi memoria.
Y poco a poco, a medida que aprendía, Sarah iba llegando. Cada vez me atrevía más a expresar mis intenciones. Iba conociéndola.
P: La película es también un documental sobre una actriz interpretando a otra actriz...
R: Absolutamente. Solo recientemente me di cuenta de que la película es también un documental sobre el oficio de actuar.