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Los lazos que nos unen cartel reducidoLos lazos que nos unen(L'attachement)
Dirigida por Carine Tardieu
¿Qué te parece la película?

La cineasta francesa Carine Tardieu (“Los jóvenes amantes”, 2021; “Sácame de dudas”, 2017) presenta en Venecia su quinto trabajo como directora titulado L'Attachement ('The ties that bind us'). Selección Oficial a Competición Orizzonti de la 81ª Edición del Festival Internacional de cine de Venecia.

Basada en la novela L´Intimité de la escritora francesa Alice Ferney y con guion de Carine Tardieu junto a Agnès Feuvre y Raphaëlle Moussafir, L´ATTACHEMENT (THE TIES THAT BIND US) está protagonizada por Valeria Bruni Tedeschi (“La fractura”, “Locas de alegría”, “El capital humano”), Pio Marmaï (“Los tres mosqueteros: Milady”, “La fractura”, “Yannick”), Vimala Pons (“Vincent debe morir”, “Pequeña flor”, “Elle”), Raphaël Quenard (“El segundo acto”, “Yannick”) y César Botti.


Entrevista con Carine Tardieu
P: ¿Qué te inspiró a llevar al cine la novela "L'intimité" de Alice Ferney?

R: La leí por primera vez con mucha emoción e interés, sobre todo por el personaje de Sandra. Pero esa impresión se fue diluyendo hacia la segunda mitad del libro. Sin embargo, un día Fanny Ardant vio el libro sobre mi escritorio y me comentó que lo había leído, y que le parecía perfecto para que yo lo adaptara. Entonces lo volví a leer, esta vez enfocándome en lo que realmente me había conmovido: la relación entre una librera profundamente independiente y su vecino, que acaba de perder a su pareja y se queda solo con un niño pequeño y un bebé... Fue entonces cuando entendí que, si ponía a Sandra en el centro, la historia podía convertirse en una película.

P: ¿Qué temas te inspiraron especialmente?

R: Me atrajo la idea de retratar a una mujer moderna, libre de los mandatos del patriarcado, que asume con convicción su independencia y su decisión de estar sola, sin necesidad de dar explicaciones. Una mujer libre que se ve profundamente conmovida por el vínculo que surge con un niño y su padre viudo. Alguien que, sin tener una afinidad natural con los niños, termina encariñándose -casi sin proponérselo- no solo con ese hombre, sino, sobre todo, con su hijo.

Como muchas mujeres de mi generación -tengo 50 años-, crecí con cuentos que siempre terminaban en matrimonio e hijos. Ya de adulta, la sociedad también me empujaba a formar una familia "tradicional". Pero mi camino fue otro. A los 40, tal vez cansada de pensar solo en mí, sentí curiosidad por la maternidad y adopté sola a una niña en el extranjero. Descubrí entonces que el apego no es inmediato: es un proceso que se construye poco a poco, a medida que nos vamos conociendo. Es algo tan hermoso como abrumador.

Sandra, en la historia, se dará cuenta -aunque no quiera- de que los vínculos afectivos no se eligen: se imponen. Pero quise que, incluso así, conservara su independencia hasta el final, para que ese vínculo no se viviera como una carga o una obligación solemne.

P: ¿Marcar el paso del tiempo con la edad del bebé fue una forma de mostrar que los niños son los metrónomos de nuestra vida?

R: Sí. A través de los niños somos más conscientes del paso del tiempo. Cada pequeño avance no solo deslumbra, sino que marca una transformación emocional irreversible. Para Sandra, cuando el amor llega, su intensidad creciente no permite vuelta atrás. Las elipsis y estaciones marcan también el crecimiento del apego. Además, el nacimiento de Lucille coincide con la muerte de su madre, marcando el tiempo que necesita Alex para hacer frente al duelo y reinventar su vida.

P: En tu película anterior, la muerte acechaba. Aquí en cambio, ya ha sucedido. ¿Cómo cambia eso todo?

R: Los jóvenes amantes era un melodrama en el que la enfermedad se anunciaba desde el principio. En esta película, en cambio, la muerte ocurre en los primeros minutos, pero coincide con un nacimiento. Eso impide que los personajes se derrumben por completo. Alexandre no tiene otra opción que aferrarse a la vida: se enamora dos veces, aunque aún arrastra el dolor de la pérdida. Ese doble impacto -la muerte y la vida- acelera todo lo que siente. Se precipita hacia un futuro con Emilia, un futuro que pasa rápidamente por el matrimonio.

P: ¿Crees que otro posible título podría haber sido "Por la vida"?

R: Tomé esa expresión de la tradición judía ("Lehaïm" en hebreo), que simboliza brindar por la vida. En la película, la abuela de los niños brinda, tras haber perdido a su hija, gracias a la vitalidad de sus nietos y la determinación de su yerno.

P: ¿De dónde nace el apego de Sandra hacia los niños?

R: Es algo instintivo, más allá de las circunstancias. Pero no se trata solo de la situación: la lucidez de Elliot la desconcierta. Y él, por su parte, se apega precisamente a la persona menos previsible, como una forma inconsciente de no traicionar el recuerdo de su madre. Sandra no representa un reemplazo para él, sino un lazo emocional que puede aceptar.

P: ¿Con el personaje de Emilia también exploras la familia reconstituida?

R: Sí. Emilia quiere formar parte de la familia. Representa a una mujer para quien la familia siempre fue una meta, pero que descubre que quizá no es su camino, o no por ahora. Su origen rumano acentúa el peso de las expectativas familiares tradicionales y romper con ellas no es fácil.

P: ¿Querías que se oyeran voces feministas diversas?

R: Sí. Aunque no me considero activista, soy feminista por convicción. La política está presente en mis películas. La escena entre Sandra con su hermana y su madre muestra distintos enfoques sobre el feminismo y la libertad. La conversación entre Sandra y Emilia también refleja estos debates.

P: ¿Qué importancia tiene que sean vecinos?

R: Vivimos en una sociedad que construye muros. Quise una historia que los derribase, literalmente. Desde el momento en que las puertas se abren, Alex y Sandra casi viven bajo el mismo techo. La intimidad nace de un rellano compartido, de miradas, de gestos... El montaje trabajó los ritmos de puertas como una coreografía, y el sonido construyó los límites emocionales del espacio.

P: ¿Pensaste en los actores al escribir?

R: A menudo me inspiro en actores clásicos, pero con Valeria Bruni Tedeschi fue distinto: Sandra era un contrapunto a su imagen habitual. Ella es extrovertida, pero Sandra es contenida. Tuve que frenar su naturalidad para mantener la esencia del personaje. Fue un desafío para ambas.

P: ¿Y Pio Marmaï como Alex?

R: Sabía que sería exigente. Lo preparamos juntos. En la escena donde se revela la muerte de su esposa, le sugerí dormir mal la noche anterior para llegar al set agotado, y creo que lo hizo. El equipo se volcó para apoyarlo. Fue un momento intenso.

P: ¿Cómo elegiste a César Botti para interpretar a Elliot?

R: A los 5 años y medio, César tenía una capacidad de escucha excepcional. Muchos niños recitaban bien, pero él manejaba el silencio. Su alegría y entusiasmo eran contagiosos. Su coach y sus padres también fueron clave.

P: ¿Cómo trabajaste con Raphaël Quenard y Vimala Pons?

R: Raphaël tiene una gran presencia, pero lo guié hacia un papel más contenido. Vimala es intensa y generosa, puede pasar de la contención a la emoción total en un instante. Ambos aportaron una riqueza única.

P: ¿Fue difícil trabajar con bebés?

R: ¡Sí! Todo dependía de sus horarios, estados de ánimo y tomas de biberón. La directora de fotografía se adaptó a sus movimientos con gran flexibilidad. Para alguien controladora como yo, fue sorprendentemente placentero.

P: ¿La dirección de actores absorbió toda tu energía en el rodaje?

R: Casi toda. Preparé cada escena con mi equipo y les di instrucciones muy específicas. Así podía enfocarme en los actores. Mis colaboradores fueron fundamentales.

P: ¿Qué buscabas con la puesta en escena?

R: Con el tiempo busco una dirección más discreta. Los niños en el set exigían agilidad técnica. Cámara al hombro, estable pero flexible. Quería que la cámara fuera parte de la familia.

P: ¿Qué papel jugó la música?

R: Para complementar las canciones que aparecen en el guion siempre preparo una lista de canciones que comparto con el equipo. Esta vez se encontraban en esta lista Voce Abusou, Don't get me wrong, o música balcánica de Eric Slabiak. Aunque la película comienza con una tragedia, la música alterna melancolía y alegría para mantenerla conectada con la vida.


Entrevista con Valeria Bruni Tedeschi
P: ¿Qué te interesó de este proyecto?

R: Me había gustado mucho Los jóvenes amantes, la anterior película de Carine Tardieu, y cuando la conocí, me sedujeron la precisión de su pensamiento, de su deseo, la manera en que veía el mundo y quería contar su historia. Carine me pareció alguien precisa, constante, y eso me atrajo de inmediato. Cuando luego leí el guion de Los lazos que nos unen, sentí enseguida que para interpretar a Sandra tendría que frenarme. Esta idea de alejarme un poco de mí misma, de lo que suelo hacer, me gustaba mucho porque a menudo he interpretado personajes que me son más cercanos.

P: ¿Cómo describirías a Sandra?

R: Es una mujer que ha logrado aceptar su soledad. Enfrenta esa realidad reflexionando, leyendo, haciendo trabajar su mente. Su lado intelectual no le impide cuidarse; tiene una buena relación con su cuerpo. Todo eso le da una cierta sabiduría. Sin embargo, ha construido una coraza para no sufrir demasiado, lo que hace que te acabe conmoviendo. Esa coraza se derrite un poco al contacto con la calidez de la mirada que le dirige ese niño, ese hombre y esta extraña familia reconstituida que se le abre. Al final de la película, ya no será la misma del inicio, y ese trayecto es lo interesante. Se nota que es capaz de evolucionar sin traicionarse, como una flor que se abre, y todos queremos creer en la posibilidad de cambiar, a cualquier edad y sin violencia.

P: Esta película cuestiona las distintas formas de feminismo...

R: Sí, me gustó mucho eso. La película expone varias opiniones sobre el feminismo, pero no impone ninguna forma de pensar. No es la cuestión central de la historia, pero se plantea, con humor o sencillez, a través de algunas réplicas y reflexiones que todos tenemos en la vida. Creo que el humor es justamente lo que más falta hoy en el debate feminista.

P: ¿Cómo se adentró en su personaje?

R: Puede parecer extraño, pero me aferré mucho a las gafas de Sandra. Esas gafas son simbólicas, y en general me gusta trabajar con símbolos porque despiertan emociones en mí. Estas actuaban como un objeto de defensa y una vía de acceso a su pensamiento. Las manipulaba mucho -demasiado, a veces- pero era una manera de conectarme con ella, de estar en su mundo, su realidad y sus pensamientos. Como tengo una relación más emocional con el mundo y a veces más física que este personaje, necesitaba esas gafas para percibir las cosas de otro modo, ver el mundo de otra forma y adaptar un nuevo ritmo, una nueva energía a esa visión. No reaccionar tanto físicamente ni mostrar mis emociones instintivamente me obligó a adoptar cierta discreción. Fue una composición, porque no soy discreta por naturaleza, pero me parece muy grato trabajar en el borrado de uno mismo. Y debo decir que también hubo cierto mimetismo con Carine. A veces me ocurre con el director o directora, sea hombre o mujer. Lo sentí en La Fractura, con Catherine Corsini.

P: En general, ¿cómo trabajas?

R: Concibo mi oficio como si yo fuera un piano y debo tocar una partitura: exploro ciertas partes de la escala, investigo algunas notas, intento ciertos arpegios. Al pasar a otra partitura, trabajo otras cosas: puede ser la rapidez de los dedos o un toque más enérgico, pero siempre con el mismo instrumento, que soy yo.

También trabajo con el yo, el ello y el superyó. Según el personaje que interpreto, convoco a mi superyó o le pido que se tome unas vacaciones. Eso lo cambia todo.

Para esta película, lo convoqué y estuvo muy presente en cada escena, aunque el ello se impusiera a veces fugazmente, durante un beso o una lágrima. Era hermoso, pero Carine se aseguraba de que no fuera demasiado frecuente.

P: ¿Cómo fue el trabajo en el set?

R: Tuve que alejarme incluso más de lo que había imaginado. Y me di cuenta de hasta qué punto Carine era precisa en su dirección de actores y obstinada. Incluso cuando yo no sentía una escena, ella no cedía hasta que lograba darle lo que esperaba. Así que había una pequeña batalla entre nosotras. El reto era no desanimarse y seguir haciendo propuestas, a pesar de las restricciones. Eso exige una cierta humildad, pero también es grato entregarse en manos de un director que sabe lo que quiere. De todos modos, la falta de humildad es un gran peligro para los actores porque uno corre el riesgo de caer en la caricatura de sí mismo. Por eso hay que trabajar con cineastas que tienen personalidad y con quienes se puede confrontar. Cada película tiene su batalla, y lo esencial es saber ubicarla.

P: ¿Qué crees que fue lo más difícil?

R: Tenía que encontrar mi verdad dentro de esa falta de libertad. Ya había vivido una frustración similar hace mucho tiempo con Nanni Moretti en La segunda vez, y luego con Bruno Dumont en La alta sociedad, pero no guardé malos recuerdos. En este rodaje, mi rebeldía interior,o exterior, a veces, también me dio fuerza, y con Carine logré encontrar la mejor manera de expresarme. Además, fui consciente de que ella era la directora y finalmente veo que su obstinación benefició al personaje y a la película.

P: La forma de hablar tan refinada es una de las características de Sandra.

R: Sí, es muy importante para ella. Como librera, ha hecho de sus libros y sus amigos una familia. Por eso cuida mucho las palabras que usa al hablar. Una vez más, es su forma de estar en el mundo. Si Elliott, que es bastante precoz, logra entenderla, creo que ella se habría expresado igual con cualquier niño.

P: ¿Cómo trabajaste con el pequeño César Botti?

R: Seguí lo que estaba escrito en el guion. Como no tenía que interpretar grandes muestras de afecto, no tuve que contenerme. De hecho, la película muestra que es precisamente porque Sandra se contiene y no es maternal que el niño puede apegarse a ella sin traicionar a su madre. Ella no busca ocupar ese lugar y Elliott lo entiende perfectamente. Su relación es casi la de dos adultos, sobre todo porque él es bastante maduro y ella le habla con palabras de adulto.

P: Ya había actuado con Pio Marmaï en La Fractura, de Catherine Corsini. ¿Qué tipo de compañero es?

R: Es pura energia, y me encanta trabajar con él. Primero porque es muy divertido y trae alegría al set. Cuando llega por la mañana, uno está contento porque es tan simpático, amable y gracioso, que te asegura un buen día.

Además, Pio es un gran compañero de trabajo porque es muy respetuoso con los demás. Siempre se preocupa de si estás bien y si lo que propone te conviene. Me gusta volver a trabajar con las mismas personas porque eso da una idea de lo que puede ser una compañía teatral. Con Vimala Pons fue la primera vez, pero nos llevamos muy bien.

Debo decir que suelo tener muy buena relación con mis compañeros de trabajo. Sean hombres o mujeres, me siento naturalmente bien con los actores porque me conmueven, incluso en sus caprichos o pequeñas manías. Y siento que ellos también me quieren. Mi trabajo como actriz siempre se parece un poco a unas divertidas vacaciones.


Entrevista con Pio Marmaï
P: ¿Qué te atrajo de este proyecto?

R: Hacía tiempo que no tenía la oportunidad de trabajar en una película que explorara lo íntimo y lo relacionado con la emoción. Al leer el guion, sentí que esta película estaría atravesada tanto por una gran tristeza como por una gran dulzura. Esa dicotomía me intrigó porque exige actuar en equilibrio. Este proyecto requería un compromiso emocional sin caer en el exceso. Además, esta historia me conmovía porque mi pareja estaba embarazada en ese momento y debo admitir que la perspectiva de este papel me asustaba.

P: ¿Realmente sentías tanta aprensión por este personaje?

R: Sí, porque era un papel pesado de asumir. En esos casos, no hay que hacerse demasiadas preguntas y confiar en quienes trabajan contigo, especialmente tus compañeros. Me reencontré con gusto con Valeria Bruni-Tedeschi, con quien había trabajado en La Fractura, y me alegró poder atravesar esto con ella porque nos entendemos muy fácilmente y nos complementamos bastante bien, como también con Vimala Pons y Raphaël Quenard.

P: ¿Cómo consiguió llevar a cabo su personaje?

R: Quería estar lo más cerca posible del shock que sufría Alex, del evento traumático que debía atravesar. ¿Cómo explicarlo? Digamos que antes de que el mundo de Alex se derrumbara, me coloqué mentalmente en el nivel cero de felicidad, para poder luego hundirme en un estado abismal. En realidad, no intenté intelectualizar la situación de mi personaje, sino sentir físicamente su derrumbe y desesperación.

No fue fácil, porque eso me afectaba incluso al salir del set: cuando pasas días enteros llorando frente al equipo o permaneciendo en una tristeza latente, eso genera rápidamente una pesadez y un agotamiento. Es como una losa que uno arrastra consigo. Pero lo interesante es que, a medida que avanzaba el rodaje, ya no tenía la misma relación con mi herramienta emocional y lograba convocar cosas muy intensas con rapidez. Filmar encerrado en un apartamento bastante cálido, vestido como en invierno, me ayudó a sumergirme en una especie de nebulosa interior.

La fragilidad está latente en Alex: pierde a su esposa, conoce a otra mujer, se convence de que está enamorado para salir de su letargo y no hundirse del todo.

P: ¿Al principio necesitó "trucos" para conseguir esas emociones?

R: Carine me sugirió que me despertara cada hora la noche anterior a la secuencia en que Alex anuncia simultáneamente a su vecina el nacimiento de su hijo y la muerte de su esposa. Mostrar, en una sola apertura de puerta, esa contradicción emocional era casi imposible de lograr con una sola mirada, y es cierto que el agotamiento me ayudó. Ese estado llegó fácilmente porque interpretar una escena así te vacía por completo. Como si la energía entregada fuera cuantificable. En fin, estaba tan sensible a lo que vivíamos al actuar que no necesité demasiados "trucos" o recuerdos pasados para llegar allí. Pero debo decir que trabajar con muy buenos compañeros ayuda muchísimo.

P: ¿Qué clase de compañera es Valeria Bruni-Tedeschi?

R: Tiene una relación bastante libre con el texto, porque posee una capacidad increíble de inventiva, y al mismo tiempo, nunca intenta acaparar protagonismo. Es agradable, porque cuando propone algo, siempre es dentro de la energía de la escena. Para este tipo de película, donde se dicen cosas difíciles, era importante buscar juntos una verdad, y en eso funcionamos muy bien.

P: ¿Qué tipo de compañero fue el joven César Botti?

R: Fue delicado para él, porque atravesar una historia así a los 7 años no es fácil, pero resultó ser un excelente compañero. Siempre me impresiona el trabajo de los niños actores, y aunque suele decirse que filmar con niños no es sencillo, nunca me ha molestado darles la réplica, y César estuvo estupendo.

P: ¿Y cómo fue trabajar con Vimala Pons y Raphaël Quenard?

R: Con Vimala ya habíamos trabajado juntos en Cómo me convertí en superhéroe, de Douglas Attal, y somos amigos en la vida real. Cuando vuelvo a encontrarla en un set, estoy a la vez muy feliz y con miedo de decepcionarla. Esa angustia la tengo con todos mis seres queridos. Pero con Vimala nos divertimos mucho, lo que valoro mucho.

A Raphaël Quenard lo conocí en Yannick, de Quentin Dupieux, y cuando has compartido una aventura así con un actor, todo se vuelve simple porque hay respeto mutuo por el saber hacer del otro y muchas ganas de divertirse juntos. Raphaël y yo no tenemos la misma energía, pero ambos somos explosivos y eléctricos. Nuestro respeto mutuo genera una gran escucha, pero también algo de insolencia y humor en la búsqueda. Eso, en mi opinión, es lo que se necesita para ser actor.

P: ¿Cómo vivió el hecho de que Carine tuviera un estilo de dirección tan marcado?

R: Bien, porque cuando se dirige una película, hay que tener una visión de conjunto y las ideas claras.

Como intérprete, hago lo que se me pide, porque no siempre tengo esa visión general. Y si la película es buena, es porque obedecimos lo que Carine nos pedía: ella dibujaba un marco muy preciso dentro del cual movernos. Eso era esencial, porque con actores como Valeria Bruni-Tedeschi, Vimala Pons, Raphaël Quenard y yo, si no nos controlan, podemos dispersarnos mucho.

La partitura era además tan delicada y sensible que necesitábamos que se nos impusieran límites. Quizás fue un poco más difícil para mí en las escenas que exigían mucho abandono, porque en esos momentos no controlo del todo lo que hago. Dejarme invadir por la emoción e integrar al mismo tiempo indicaciones precisas de actuación no siempre es fácil.

P: ¿Qué se lleva de esta experiencia?

R: Estoy agradecido con Carine por haberme permitido descubrir una parte de mí y de mi trabajo que no había tenido realmente la oportunidad de explorar antes -o al menos no de manera tan intensa. He interpretado más personajes ligados a la fantasía o la comedia. Estar todo el tiempo en la emoción, al límite, me desestabilizó un poco y me puso a prueba. Pero no me arrepiento en absoluto: la película me gusta mucho.