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Maspalomas cartel reducidoMaspalomasDirigida por Aitor Arregi, Jose Mari Goneaga
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Festival de San Sebastián 2025 – Sección Oficial a competición.


¿Volver al armario?
La idea de escribir el guion de Maspalomas nació cuando Jose Mari leyó en un artículo de prensa que era bastante habitual que personas homosexuales que habían vivido con relativa normalidad su condición sexual, optaran por "volver al armario" en el ocaso de sus vidas, coincidiendo con su ingreso en una residencia de ancianos. Este hecho se hace especialmente descorazonador si hablamos de una generación que tuvo que lidiar con una situación mucho más complicada antes de "dar el paso". Como persona a la que le costó mucho salir del armario, no es de extrañar que este hecho le llamara poderosamente la atención: ¿cómo una persona puede llegar a renunciar a aquello que tanto le costó conquistar?

Tal vez, y en el fondo, lo que ocurre es que aquello que creíamos conquistado, en realidad no lo estaba, o al menos no al 100%. Seguramente, en la mayoría de los casos, siempre queda algo en el armario. Y es que para una amplia mayoría de homosexuales sigue suponiendo un esfuerzo constante, no ya "hacer valer", sino tan solo "hacer saber" tu condición sexual. En cada nuevo trabajo, en cada nuevo contexto, con cada nueva persona que conoces, cuesta trabajo tener que "dar explicaciones" y a veces optas por la comodidad que supone decir "es que no las tengo por qué dar". Un argumento que, pese a ser cierto, en muchos casos no oculta más que miedo. El miedo a no ser aceptado.

Arrancamos este proyecto pensando que hablaríamos de un hombre que al ingresar en una residencia "vuelve al armario" pero en realidad no es que vuelvas al armario, es que nunca terminas de salir. Porque según cómo sea ese nuevo contexto al que te enfrentas, te puede costar más o menos esfuerzo volver a salir. E incluso se puede dar el caso en que decidas directamente no salir. Y ésta es precisamente la historia que nos interesaba contar.


Identidad borrada
Pero también puede ocurrir que decidas no hacer pública tu condición sexual no por miedo, sino por falta de motivación. ¿Qué ocurre cuando el sexo deja de formar parte de tu vida? ¿Es necesario que manifieste mis preferencias sexuales cuando muchos consideran que estoy más cerca de ser un ser asexuado?

Y es que parece que a partir de cierta edad, a ojos de mucha gente, el sexo deja de existir. Nada más lejos de la realidad. Muchos estudios demuestran que la actividad sexual existe en un porcentaje elevado de personas mayores. Y sin embargo actuamos como si esto no existiera.

Si dejamos de lado el arquetipo del "viejo verde", damos por hecho que los ancianos son seres asexuados de la misma manera que, de partida, muchos dan por hecho que una persona es heterosexual. Dependerá de ti explicar o no al mundo que eres un anciano con impulsos sexuales, del mismo modo que dependerá de ti explicar que eres una persona homosexual. Vivimos en una sociedad que de partida te marca una identidad estándar, y la mayoría te va a presuponer esa identidad. Y si hablamos de una residencia para gente mayor, este carácter homogeneizador se hace aún más evidente. En los últimos años, se han dado pasos, por parte de algunas residencias, hacia un modelo residencial en el que se tiene más en cuenta el proyecto de vida del residente, como muchos trabajadores venían ya reclamando. Pero aún hay un largo camino que recorrer, y la crisis del coronavirus no ha hecho más que evidenciar lo que desde ciertos estamentos del sector se venía denunciando hace tiempo: una carencia de atención a los ancianos como personas con voluntad propia, que son tratados más como niños a los que hay que enseñar lo que les conviene.

En este sentido la residencia de esta película se convierte en una suerte de metáfora del sistema. Un sistema que homogeniza la identidad de todos, porque es más fácil movernos en generalidades, sobre todo si éstas nos hacen la vida más cómoda. El sistema (la residencia) te dirá que lleves pantalones de chándal o camisetas de algodón, porque da por hecho que a estas alturas no tienes ningún interés por ir guapo, o le es más cómodo pensar así, con el fin de facilitar los trabajos de lavandería. Por lo tanto, y volviendo a la historia de Vicente, la pregunta que nos surge es ¿cómo reivindicar tu condición sexual en un lugar donde tal vez primero debas reivindicar tu identidad, así, a secas?


Retrato de un punto de vista único
En conclusión, esta es una película que pretende reflexionar sobre los confinamientos psicológicos (y físicos), sobre las identidades borradas, sobre lo difícil que resulta reivindicarte en algunos entornos cuando no sabes por dónde empezar y sobre lo fácil que puede ser perder lo ya conquistado. Y todo ello a través del retrato de un personaje.

Para ello, hemos optado por el punto de vista único; nos hemos propuesto acompañar en todo momento a nuestro protagonista, Vicente y será a través de él que iremos desplegando todos los temas que nos interesan. Hemos tratado de buscar una subjetividad para intentar hacer entender al espectador la violencia estructural que ciertos contextos pueden ejercer sobre nuestro protagonista.

Pero más allá de generar esta empatía, también nos interesa esta subjetividad para ver cómo el resto de los personajes que rodean a Vicente se nos presentan herméticos, cada uno dentro de su propio armario figurado. Así, por ejemplo, solamente llegaremos a intuir la vida de una hija que se nos muestra tan cerrada como lo será Vicente para los demás.


Importancia del contexto
En el retrato de Vicente, era de vital importancia dibujar con tino los dos entornos principales en los que lo veremos desenvolverse: Maspalomas y la residencia. Dos contextos muy diferentes y que condicionarán, cada uno a su modo, el devenir de nuestro personaje. El contraste que se genera entre ambos entornos era un elemento imprescindible para contar esta historia. Del primero era importante captar, casi con interés antropológico, la atmósfera de libertad que un personaje como Vicente puede respirar. Del segundo nos interesaba centrarnos en lo que hay de procedimental y alienador en una residencia y cómo esto puede afectar a nuestro protagonista, pero intentando no caer en el sensacionalismo ni en tópicos. No se trata de una "residencia del mal"; sus trabajadores, intentan hacer su trabajo lo mejor que pueden. El problema, seguramente, no está en ellos, ni siquiera en la propia residencia, sino en un sistema que está por encima de todo y de todos, y del que todos somos víctimas y responsables.

En mitad de este clima, casi parece una broma del destino que, de pronto, y sin previo aviso, irrumpa un misterioso virus que nos obligue a todos a confinarnos, como si de golpe y porrazo todos volviésemos a nuestro armario particular, un armario donde reina el miedo y donde las redes sociales se convierten de pronto en nuestra ventana al mundo. Una ventana que nos da una falsa ilusión de libertad. Como ocurre con esas aplicaciones para ligar que Vicente utilizará para comunicarse con el mundo. Pero ¿no son acaso estas ventanas las que pueden provocar que nos acomodemos en esos armarios? ¿No nos estarán confinando cada vez más en el fondo del armario? Hemos dejado de salir a ligar a los bares. Cada vez estamos menos presentes en el mundo real y más presentes en el mundo virtual. ¿Seremos cada vez menos visibles, menos palpables y acabaremos convirtiéndonos en un mero flujo de datos que navega por las redes bajo la promesa del anonimato? Todas estas cuestiones no atañen únicamente al colectivo homosexual, sino a la sociedad en su conjunto.


Los personajes
José Ramón Soroiz es Vicente
Vicente, a sus 76 años, se encuentra en una situación nueva para él. Por fin sin ataduras, puede experimentar libremente todo aquello que nunca se atrevió a experimentar. Se encuentra en Maspalomas sin nada ni nadie. Tal vez es el momento de vivir la adolescencia que siempre se le fue negada.

Vicente supo desde muy joven que algo en él era diferente a como era en otros chicos, pero durante mucho tiempo no se atrevió a ponerle nombre a lo que le pasaba. En aquel entonces la homosexualidad era una especie de enfermedad que padecían personas "raras".

Cuando conoció a Miren, su futura mujer, fue ella quien tuvo que seducirlo. Acabaron acostándose e, inesperadamente para Vicente, todo fue bien. Vicente vio en ella una especie de salvadora. Quería que ella lo guiara hacia la clase de vida que él deseaba tener.

La de ellos era una relación apacible, aunque algo distante en lo afectivo-sexual. Había una especie de elefante en la sala que nadie se atrevía a nombrar. La llegada de un bebé, Nerea, supuso un alivio. Los interminables silencios que se daban en la pareja dieron paso a conversaciones donde la niña era el centro; el proyecto en común de Vicente y Miren se había materializado en una personita a la que había que cuidar.

Sin embargo, con el paso de los años, los deseos de Vicente de relacionarse con otros hombres se hacían cada vez más fuertes. Y fue así como empezó a frecuentar, habitualmente lleno de curiosidad y remordimientos, aquel lugar de cruising.

Un día Vicente conoció a Esteban. Fue un flechazo, desde el preciso instante en que aquel hombre se le acercó con una amable sonrisa. Jamás pudo imaginar que aquellos sentimientos tan bellos pudiesen florecer en un lugar que le resultaba tan sórdido. Jamás había sentido esto por nadie en el mundo. Una pasión irrefrenable que le llevó a empezar una relación extramatrimonial.

Cuando Nerea cumplió 18 años, Vicente reunió a su mujer y a su hija y finalmente les dijo que se había enamorado de otro hombre. Miren reaccionó de manera furibunda. Más que decepción, sintió rabia. No entendía que Vicente hubiese decidido hacer volar por los aires ese frágil equilibrio que habían conseguido, haciendo público sus escarceos. Vicente se sentía culpable y decidió marcar distancias porque él consideraba que no era digno de que le quieran. Prefirió romper todo lazo, antes de sentir el rechazo de los demás. Para entonces Vicente tenía ya 50 años. Esteban tenía su misma edad. Se fueron a vivir a Maspalomas. Pasaron otros 25 años hasta que Vicente decidió romper la relación.

Lamentablemente, justo cuando está disfrutando de su nueva soltería en Maspalomas, Vicente sufre un ictus, y tras semanas inconsciente, despierta en un lugar y en unas circunstancias muy distintas: está en Donostia, 25 años después de haberse marchado de allí. Su hija se siente en la obligación de cuidar de él por lo que se lo ha traído a Donostia. Con las secuelas que el ictus le ha provocado, entiende que tenga que ingresar en una residencia de mayores; en Maspalomas nadie se puede hacer cargo de él y tampoco puede exigir a su hija que le acoja en su casa.

Pero lo peor es que, despojado de todo, descubrirá que ni siquiera se tiene a sí mismo. Porque aquello que creía superado, en realidad no lo estaba. Los miedos siguen estando ahí y Vicente se da cuenta de que tal vez, Maspalomas no es el lugar donde los había superado, sino el lugar donde se había escondido de ellos. Ahora tendrá que hacer el camino hacia la auto-aceptación.

Nagore Aranburu es Nerea
Nerea vivió una vida apacible hasta que cumplió los 18 años. A esa edad, recién iniciada la universidad, su padre les reunió a ella y a su madre para decirles que se marchaba porque se había enamorado de un hombre. Su madre quedó muy tocada por esto, y Nerea se posicionó claramente a favor de ella, compartiendo su sufrimiento.

Estaba enfadada con su padre, no tanto por descubrir que era homosexual, sino por haber hecho tanto daño a su madre. Además, Nerea se movía en un entorno bastante conservador, y nunca contó lo que había ocurrido con su padre. En cierta manera le daba vergüenza.

Sin embargo, Nerea es una mujer que se crece ante las adversidades y tal vez por eso, cuando recibe la noticia de que su padre ha sufrido un accidente y ha quedado en coma en un hospital de Las Palmas, decide coger un avión y plantarse ahí, pese a que lleva 25 años sin tener ninguna relación con él. Debido a un sentimiento de deber como hija, Nerea decide hacer las gestiones necesarias para meterlo en una residencia de mayores. No quiere meterlo en su casa. La ausencia de relación entre ellos haría muy rara la convivencia.

Ella al principio no quiere saber nada sobre la vida sentimental/sexual de su padre, pero la cosa da un vuelco cuando descubre que su padre no ha dicho a nadie en la residencia que es homosexual. Nerea no entiende cómo de pronto su padre decide renunciar a aquello por lo que decidió abandonarlo todo. Y descubrirá que, pese a todo, su padre sigue viviendo con una homofobia interiorizada, una homofobia que en cierta medida le ha sido transmitida ya que, del mismo modo que su padre está en el armario como gay, ella está en el armario como hija de gay.

Kandido Uranga es Xanti
Xanti es el compañero de habitación en la residencia en la que ingresan a Vicente. En una primera impresión, Xanti se nos presenta como el arquetipo del hombre heterosexual en el ocaso de su vida: viril, robusto, brusco, pero también sociable. Guapo, atractivo, seductor involuntario... En definitiva, lo que todo hombre de su generación hubiese aspirado a ser.

En cierto modo es la antítesis de Vicente y funciona como contraste con él. No solo por su tendencia sexual, también por su personalidad. Mientras Vicente es tímido, Xanti es extrovertido, mientras Vicente vive en conflicto consigo mismo, Xanti nunca ha tenido problemas de este estilo: Todo le ha venido dado y no ha tenido que hacer frente a ningún tipo de conflicto interno digno de mención. Ha crecido y ha vivido, sin él saberlo, en el privilegio. Puede llegar a ser brusco, pero esa brusquedad está contrarrestada por un gran sentido del humor y una cierta ironía y a veces sorprende con gestos profundamente afectuosos con sus compañeros. No prejuzga en exceso a la gente y quiere que todo el mundo se sienta bien.

Pese a que al principio puede parecer que no encajan, con el tiempo su relación evoluciona a un sitio inesperado. Vicente y Xanti crean un núcleo afectivo y de convivencia muy agradable. En su pequeño universo entre las cuatro paredes de su habitación, se complementan bien y forman una especie de "matrimonio" bien avenido.