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S-21, la máquina roja de matar cartel reducidoS-21, la máquina roja de matar(S-21, la machine de mort Khmère rouge)
Dirigida por Rithy Panh
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Notas sobre la película
Durante tres años, Rithy Panh y su equipo han realizado una ardua investigación no sólo sobre las tres personas que lograron escapar sino también de sus torturadores. Han conseguido persuadir a ambos grupos para que volvieran al lugar que fue S21, actualmente convertido en un Museo sobre Genocidio, para enfrentar sus testimonios.

No se puede describir con palabras lo que ahí tuvo lugar. Una operación tan detallada y meticulosamente planeada para asesinar está fuera de los límites de la razón, como si la consciencia no quisiera asumirlo pero se tuviera que explicar con palabras hoy en día algo que no se puede contar. Pero las pruebas persisten – fotografías, archivos, lugares – y hacen que vuelvan palabras del pasado. También está la memoria enterrada profundamente en los cuerpos, la memoria de los gestos, de las rutinas…que puede resurgir del inconsciente como una pesadilla.

Las víctimas que han sido forzadas por la ley del terror a abandonar todos sus puntos de referencia (familia, religión, cultura, etc.), sólo tienen los archivos guardados o el dolor de sus propias cicatrices para recordarles lo que pasó.

Los torturadores, los primeros y oscuros oficiales del genocidio, aquellos que ayudaron (por convicción, ceguera o terror) y quienes permitieron la operatividad diaria del S21, han acabado solos con sus horribles secretos. Hacer que se replanteen estos asesinatos, ayudarles a desbloquear su memoria y que accedan a encontrarse con sus víctimas ha sido un proceso largo y lento. Pero, ¿esperaban ellos que hablar del tema les liberase de su pasado?

Los líderes, aquellos realmente responsables de lo que sucedió, se encuentran contra la pared por su negativa a todo tipo de responsabilidad. Este proceso no les incumbe a ellos.

La singularidad de la película reside en el enfrentamiento entre la determinación de aquellos que escaparon, que quieren entender para poder olvidar lo que pasó y proteger a sus futuras generaciones, y las palabras de sus carceleros, quienes se quedan estupefactos al revivir los horrores a los que ellos contribuyeron.

Para entender algunas cosas que se van a decir, es necesario volver a las víctimas, a su destino y a su memoria. Deben ser nombrados para que el reflejo del pasado ayude a la construcción del presente.


Entrevista a Rithy Panh

P: ¿Por qué hizo esta película?

R: Hice S21: la máquina roja de matar, por convencimiento y porque lo creía necesario. Rodar significa estar con otras personas, tanto en cuerpo como en alma. Debo mi vida a aquellos que murieron, tengo una deuda que pagar. Es mi deber entregarme a aquellos que aún siguen con vida. Mi manera de compartir el trabajo de recordar es hablar y ofrecer a los testigos del genocidio, tanto a las víctimas como a los torturadores, una plataforma de expresión. Me encantaría pensar que cada testimonio es una pequeña piedra que ayude a construir una muralla contra una amenaza aún vigente, tanto aquí como en otro sitio: el retorno de la barbarie.


P: ¿Cómo convenció a los verdugos para que hablasen?

R: Les expliqué que yo no era abogado ni fiscal y que mi película no era un tribunal. Que si ellos venían al rodaje en son de paz, que ellos también saldrían de allí en paz. Que hablar les ayudaría a sentirse más aliviados y a gusto consigo mismos. Pero que esto no supondría, por respeto a las víctimas y a sus familias, que mi trabajo sirviera para lavar sus manos de los crímenes cometidos. Esta película es un espacio para el diálogo en el que cada uno acepta sus responsabilidades históricas.


P: ¿Tiene algún método de trabajo?

R: Todo el trabajo documental está basado en lo que me han contado. Creo una situación – en este caso, volviendo al S21, convertido hoy en el Museo de Genocidio Tuol Sleng – donde se reflejan las acciones de los Jemeres Rojos y así las víctimas puedan contar por lo que han pasado. He intentado estructurar la historia en términos humanos, día a día, y al nivel de lo experimentado por cada persona. Con Houy y sus primeros camaradas del S21, intenté encontrar si aún quedaba algo de humanidad dentro de ellos cuando llevaron a cabo estos actos: ¿Qué pensaban en el momento de matar? ¿Qué había sido de sus sentimientos y de su educación? ¿Qué tipo de condicionantes hacen que el odio triunfe y la compasión se contenga? Reniego de la idea de que en cada ser humano hay un asesino dormido. Admito que el bien y el mal conviven dentro de nosotros, pero no todos nosotros nos convertimos en asesinos.


P: ¿Les fue fácil hablar a Houy y a los otros?

R: Houy, el Jefe de Seguridad, Khân el torturador, y Thi quien guardaba los registros en el centro del S21, son capaces de explicar cómo funcionaba la máquina de eliminación. En cuanto les pregunté cuál era su rol en el mecanismo, no fueron capaces de encontrar las palabras para explicarlo. Uno no se olvida de sí mismo por casualidad; es muy duro hablar de los asesinatos que uno ha cometido. Estuve discutiendo con ellos los temas que quería tratar en la película y en ese momento les enfrenté a las pruebas: la fotografía de un prisionero que se había suicidado, el registro de la enfermería o el registro de ejecuciones, el testimonio de antiguos camaradas, o las palabras de aquellos que consiguieron escapar…Pero cada vez, se convertía en una batalla. Tuve que alternar efectos sorpresa con periodos de reflexión, y evitar la rutina para que no pudieran reconstruir su sistema de defensa. Cuando uno de ellos no admitía sus acciones o intentaba limitar su ámbito, sabía que estaba arriesgándose a enfrentarse con sus propias contradicciones.


P: También ha rodado escenas en las que algunos hombres repiten gestos que realizaron hace 25 años…

R: Al inicio del rodaje, el día que estábamos en la casa de Poeuv, en el pueblo, él me enseñó cómo cerraba la puerta del cuarto que él custodiaba en el S21. En un solo vistazo pude ver cómo sus gestos eran una prolongación de lo que estaba diciendo y descubrí que existía otra memoria: la memoria del cuerpo, mucho más precisa y afilada, que no conllevaba ningún tipo de mentira. Bajo el régimen de los Jemeres Rojos, las palabras perdieron todo su significado convirtiéndose en armas. No había comunicación alguna, solo ideología. Cuando esto ocurre, cuando ya no hay lenguaje que utilizar, la violencia gana y se convierte en el arma de trabajo.

Poeuv tenía 12 ó 13 años cuando se convirtió en guardia del S21. No tenía ningún tipo de doctrina o educación, únicamente su educación era golpear a los prisioneros. Cuando estuvo rodando en Tuol Sleng, algo hizo clik en su interior como si un mecanismo automático ya olvidado se pusiera de nuevo en marcha, y en ese momento comenzó a repetir los gestos que hacía en el pasado. Poeuv es como un niño que ha sido maltratado y cuando reconstruye estos gestos, todo el dolor contenido en su interior salen a la superficie y le ahoga. Pero no es teatro. Todo ocurre en un orden concreto: llama al prisionero por su número, le tapa los ojos y le esposa antes de liberar sus pies. Si lo hubiese hecho de otra manera, el "enemigo del pueblo" podría haber peleado o haberse tirado por la ventana. Los mecanismos de sus gestos y actos fueron meticulosamente establecidos y enseñados. Poeuv los había aprendido; se convirtió en una pieza más de la máquina.


P: ¿Por qué está tan interesado en los detalles?

R: Porque a través de los detalles uno puede percibir la realidad diaria del S21 y la meticulosidad con la que la organización trabajaba. Según la ideología de los Jemeres Rojos, cualquier "sospechoso" era un "enemigo contra-revolucionario"; entonces se convertía en esencial interrogarle y hacerle confesar que de verdad lo era para justificar su eliminación. El uso de la violencia y la presión psicológica eran oficialmente recomendadas para conseguir este objetivo. La incoherencia obvia de las "conspiraciones" alegadas, las confesiones absurdas obtenidas a base de torturar a las víctimas no eran un problema. Ellos necesitaban conseguir confesiones para poder rellenar los archivos. La yuxtaposición de la ferocidad de los interrogatorios y la obsesión por los detalles en la constitución, clasificación y conservación de los archivos (fotografías, biografías, confesiones) es terrorífica.

Desde el punto de vista emocional, otros detalles han dejado su huella en mi; son testigos, desde el mismo corazón de la máquina, de la resistencia a una forma de dignidad que es totalmente humana. Son estas pequeñas cosas, estos detalles tan frágiles, las que nos hacen ser lo que somos. Tú nunca puedes "destruir" un ser humano; siempre queda algún rastro, incluso años más tarde… Revolverse, resistir, negarse a aceptar la humillación puede, a veces, expresarse con una sola mirada desafiante, una barbilla algo elevada, una negativa a capitular ante los golpes… Las fotografías de algunos prisioneros y las confesiones que se han conservado en Tuol Sleng están ahí para recodárnoslo.


P: Y qué me puede decir de Nath, uno de los supervivientes del S21. ¿Cuáles fueron sus sentimientos en el rodaje?

R: Para Nath, el esfuerzo que le pedimos fue doloroso y violento, tanto físico como psicológico, antes de cada reunión e incluso después… Admiro la dignidad de este hombre. No encuentro palabras que puedan describir adecuadamente su coraje. Su presencia, frente a sus torturadores, hizo posible determinar quién había sido la víctima, quién era el responsable, quién había ejecutado las órdenes…

No hay nada peor que un torturador que sigue creyendo que ha actuado de acuerdo con la ley, un torturador que no reconoce la barbarie de sus actos. Los carceleros no podían mentir en frente de Nath; incluso, cuando se quedaban callados, él actuaba como "revelador" de los secretos de sus almas. Nath, con quien comencé a rodar en 1991, nunca ha cesado de exigir un juicio contra los Jemeres Rojos, incluso cuando algunos hablaban de correr un velo sobre el pasado en interés de la reconciliación. Pero la reconciliación no puede ser tenida como una vacuna.

Nath nunca ha sabido por qué crimen fue arrestado ni por qué el sobrevivió en vez de otro. Le acechan estas preguntas. Pero ¿cómo puede decirle a sus nietos que él es inocente? ¿que él no es una reliquia de la masacre?.

Ha escrito un libro sobre su arresto en el S21: "Retrato de un prisionero camboyano: un año en el S21 de los Jemeres Rojos". Esta película se ha convertido en el siguiente paso lógico para expresar su compromiso con las víctimas.


P: Un día, el juicio contra los Jemeres Rojos tendrá lugar. ¿Qué piensa de ello?

R: Juzgar a los Jemeres Rojos es esencial. Significa afirmar la voluntad de justicia. Nadie puede cometer
genocidio y no ser juzgado por ello. Pero la justicia es sólo un paso del proceso. El juicio debe ir
acompañado de un esfuerzo de la memoria para proteger a futuras generaciones.


P: ¿Qué ha aprendido en estos tres años de trabajo?

R: "Comprender todo es casi lo mismo que olvidarlo ", dijo Primo Lévi, quien ha sido mi guía durante todo el rodaje. Pero nadie puede comprender todo. Intentarlo me ha permitido comenzar mi propio duelo.

Hacer una película es algo subjetivo y par mi rodar "S21: la máquina roja de matar" no fue una "misión". Pero tenemos que aceptar la historia si no queremos dejar esta carga a nuestros hijos. Un tiempo vendrá cuando ellos puedan pasar página y confiar en el mundo que les rodea. Entonces, los fantasmas dejarán de perseguir a los vivos.