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Potiche, mujeres al mujer cartel reducidoPotiche, mujeres al mujer(Potiche)
Dirigida por François Ozon
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Acerca del título en francés
En francés, el término potiche se refiere a una especie de jarrón grande o a cualquier objeto decorativo carente de gran valor, que se coloca sobre un mueble o sobre la chimenea con el único fin de decorar un local, sin que tenga una verdadera utilidad. Esa misma palabra, en lenguaje coloquial, se utiliza de forma despectiva para referirse a una mujer que no tiene un papel propio y que vive a la sombra de su marido. En Francia, algunas mujeres de políticos, especialmente la señora de Chirac y, a veces, mujeres que se dedican a la política, como por ejemplo Ségolène Royal, han sido criticadas y definidas como potiches, mujeres florero.


François Ozon (adaptador, guionista y director)

filmografía
1992 - Victor (cortometraje)
- Thomas reconstitué (cortometraje)
1993 - Une rose entre nous (cortometraje)
1994 - La petite mort (cortometraje)
- Action vérité (cortometraje)
1995 - Scènes de lit (cortometraje)
- Une robe d’été (cortometraje)
1996 - Regarde la mer (mediometraje)
1997 - Sitcom (largometraje)
1998 - X2000 (cortometraje)
- Les amants criminels (largometraje)
1999 - Gouttes d’eau sur pierres brûlantes (Gotas de agua sobre piedras calientes) (largometraje)
2000 - Sous le sable (Bajo la arena) (largometraje)
2001 - 8 Femmes (8 mujeres) (largometraje)
2003 - Swimming Pool
2004 - 5x2
2005 - Le temps qui reste (El tiempo que queda)
2006 - Un lever de rideau (cortometraje)
2007 - Angel
2009 - Ricky
- Le refuge (Mi refugio)
2010 - POTICHE


Notas del director

Origen del proyecto
Hacía tiempo que quería hacer una película acerca del papel de las mujeres en la sociedad y en la política. Cuando, hace unos diez años, descubrí la obra teatral Potiche, de Barillet y Grédy, pensé de inmediato que contenía un material extraordinario para transformarla en una película. Pero he empleado mucho tiempo para asimilar el texto y para decidir cómo adaptarlo y actualizarlo. Quería que la adaptación tuviera el tono y la vivacidad de algunas screwball comedies (comedias alocadas), pero no quería hacer una película nostálgica y aislada de la realidad. Hubo dos factores decisivos, ante todo, un encuentro con los hermanos Altmayer, los productores, que me propusieron hacer una película política acerca de la figura de Nicolas Sarkozy en el espíritu de The Queen, de Stephen Frears, y luego las últimas elecciones presidenciales, durante las cuales seguí el recorrido de la candidata socialista Ségolène Royal.

La adaptación
Desde el primer momento tuve claro que, para adaptar a la gran pantalla la obra teatral, tenía que hacer un trabajo distinto del que había desarrollado en las dos adaptaciones anteriores: Gotas de agua sobre piedras calientes y 8 mujeres. En esas dos películas acepté incluir ambientes cerrados sin renunciar a cierta teatralidad. En la primera de ellas, la casa representaba el enclaustramiento en el interior de la pareja; en la segunda, suponía la oportunidad de meter en una jaula a unas mujeres ―las actrices– y observarlas. Pero POTICHE es la historia de la emancipación de una mujer y era necesario hacer que Suzanne saliera de la especie de prisión en la que vive, para enfrentarla con el mundo exterior. Por ello, la película se rodó en distintas localizaciones, al contrario de las otras dos películas, que se rodaron por completo en los estudios.

Al trabajar en la adaptación, me di cuenta de que era suficiente con tirar de los hilos que estaban presentes de forma natural en la obra para encontrar sus equivalentes con la sociedad y la política actuales. Hoy en día, las mujeres están más representadas en el mundo de la empresa y de la políticia, pero en el fondo muchas situaciones y actitudes no han cambiado en estos treinta años.

Al final de la obra, Suzanne retomaba la dirección de la empresa y ponía contra las cuerdas a su amante comunista y al marido. Yo he agregado un tercer acto en el que el marido reconquista el poder en la fábrica. La humillación y la frustración de Suzanne hacen que se despierte en ella el deseo de dedicarse a la política y vengarse. En la obra también se hacía una referencia a su dedicación a la política, cuando, en un momento dado, Suzanne decía, como una ocurrencia: "Un día, podría presentarme como candidata a las elecciones. He dirigido una fábrica, así que ¡seguro que estoy capacitada para dirigir Francia!".

Durante la escritura del guión me reuní con regularidad con Pierre Barillet para que leyera mis distintas versiones del texto. Me ofreció su apoyo y muchas ideas, y nunca puso ningún obstáculo a mis cambios. Es más, estaba contento de que la obra encontrara una nueva forma de vida. Sentía que yo no la estaba traicionando, sino que estaba profundizando en ella.

Los años setenta
El hecho de haber mantenido el contexto de la década de 1970 me permitió tener un distanciamiento mayor y crear una serie de referencias a la crisis actual en un tono de comedia que me interesaba mucho. Si hubiera desarrollado la acción en nuestros días, habría endurecido el tono de la película y habría impedido que se comprendiera la importancia del personaje de Babin. En aquellos años, el Partido Comunista recibía el 20% de los votos en las elecciones y, sobre todo, la sociedad estaba mucho más escindida: la gente de derechas no se trataba con la de izquierdas, pertenecían a dos mundos distintos y separados, especialmente en provincias. ¡Que la mujer de un importante industrial se acostara con el diputado comunista era una cosa verdaderamente transgresora!

Además, me ha gustado mucho reconstruir esa época, porque se corresponde con mi infancia y me he divertido jugando con mis recuerdos. Pero lo que yo no quería era caer en una representación de los años setenta demasiado nostálgica o estereotipada: pantalones de pata de elefante, naranja psicodélico, liberación sexal... Yo quería ante todo una ambientación bastante realista, sobre todo porque la historia se desarrolla en provincias, donde la gente no adoptaba de inmediato las novedades en materia de modas y costumbres. De hecho, Suzanne tiene un estilo más propio de los años sesenta e incluso de los cincuenta.

Del théâtre de boulevard al melodrama
Cuando leí la obra, me pareció muy divertida, pero lo que más me emocionó fue la relación amorosa casi trágica entre Suzanne y Babin. Enseguida vi que encerraba una vena melodramática como expresión del paso del tiempo, de las desilusiones amorosas, la vejez, cierta melancolía... Me gustaba mucho la escena en que Babin le propone a Suzanne que rehaga su vida con él, pero a ella le parece que son demasiado mayores para hacer una cosa así. Me pareció que era posible interpretarla de forma distinta de la irónica y distanciada del théâtre de boulevard. En el escenario, la obra se ajustaba de hecho a la actriz cómica Jacqueline Maillan, y su forma de interpretar el papel de Suzanne se resiente de ello: la gente iba a ver el espectáculo por ella y quería reír. Como consecuencia, desde el comienzo de la representación, ella tenía una actitud distante y sin que la afectara el comportamiento ultrajante del marido y de la hija: lo importante era que siempre tuviera la última palabra.

En la versión cinematográfica me parecía indispensable que el personaje acusara la violencia de los ataques que sufre y que se sintiera realmente humillada. La actriz tenía que encarnar todos estos sentimientos. Las primeras escenas, que en el teatro despertaban la hilaridad del público, en mi película son más crueles. Aceptar desde el principio esa crueldad convierte en todavía más jubilosos los vuelcos de situación que se van a producir a lo largo de la película. Quería que el espectador se conmoviera y se identificara con esa "mujer florero nada tonta". En este sentido, POTICHE es una película feminista: el espectador se toma en serio al personaje, lo sigue en su recorrido, llega a quererlo y se alegra cuando se realiza, al igual que en las historias americanas de superación y de éxito.

El théâtre de boulevard juega con todas las transgresiones posibles ―sociales, familiares, afectivas, políticas– pero al final todos los personajes vuelven a desempeñar los papeles que tienen asignados. Los burgueses quieren reírse y asustarse, pero con la condición de que todas las cosas vuelvan a su sitio. En mi adaptación, he intentado que las cosas se movieran y se transformaran de verdad: al final, Suzanne encuentra, como mujer, un puesto real en la sociedad, se critica duramente el orden patriarcal y el hijo mantiene realmente una relación incestuosa...

Catherine Deneuve como mujer florero
En lugar de buscar una copia desvaída de Jacqueline Maillan, enseguida me planteé buscar en las antípodas y le propuse el papel a Catherine Deneuve, porque, tras haber trabajado con ella en 8 mujeres, estaba seguro de que habría sabido encarnar al personaje dándole la profundidad necesaria para que el espectador se identificara con él. Con ella, todas las situaciones son muy concretas, con una fisicidad corpórea y que despiertan la empatía con el personaje. Al principio, Suzanne parece un personaje tan caricaturesco como los demás: una buena mujer perteneciente a la pequeña burguesía de provincias, que se ocupa de su casa y de su familia, hija del dueño de una pequeña fábrica, cuya dirección ocupa ahora su marido. Pero poco a poco se va emancipando y ya no deja de transformarse en una mujer nueva. Partiendo de este personaje, me propuse explorar la mujer y terminar con la actriz en la última escena.

Ha sido un placer volver a trabajar con Catherine. 8 mujeres era una película coral, por lo que yo me vi obligado a tener una posición neutral y ella era una entre ocho. Entonces no tuvimos la relación que los dos habríamos deseado. Pero en POTICHE nos ha unido una gran complicidad, desde el principio hasta el final del proyecto. Contacté con ella muy pronto, antes incluso de que tuviera a los productores y le dije: "Le gustaría interpretar a una mujer florero?". Ella aceptó enseguida y para mí era importante contar con ella desde el principio, antes de lanzar el proyecto. Ha seguido la fase de la escritura del guión, la producción, el castin... Ha dado alma y cuerpo a un personaje que ha amado, y en el plató había un clima agradable y divertido, muy alegre.

Los hombres de Suzanne
En torno a Suzanne, una mujer exquisitamente francesa, necesitaba a dos pesos pesados, dos hombres fuertes a los que contraponer entre sí, dos actores franceses que representaran a dos escuelas de interpretación distintas. Al pensar en todas las parejas amorosas que han formado en la pantalla Catherine Deneuve y Gérard Depardieu, yo sabía que habrían funcionado juntos, que entre ellos hay una química mágica, que habrían disfrutado trabajando juntos y que los espectadores se sentirían felices de verlos una vez más como amantes, a una edad avanzada. Babin es uno de mis personajes favoritos: es un hombre enamorado y que se ha quedado paralizado, cristalizado en el pasado, en sus luchas. Y al mismo tiempo es el personaje más conmovedor, que tiene deseos de cambiar, de ser padre, de convertirse en el compañero de Suzanne, de llevar una vida casi burguesa: "También tengo derecho a ser feliz". Y no vi a nadie mejor de Gérard Depardieu para que encarnara a este hombre fuerte, tosco, que oculta lo vulnerable y sentimental que es. Ya en la primera lectura, Gérard se divirtió al descubrir a un personaje que tenía la impresión de haber conocido. Luego, para el peinado, nos inspiramos en el corte de pelo a tazón del sindicalista Bernard Thibault.

Para interpretar a Robert Pujol se impuso enseguida el nombre de Fabrice Luchini. Me parecía aventurado pero interesante situarlo junto a Catherine Deneuve. Realmente son polos opuestos en su forma de trabajar, en lo que desprenden y en los papeles que han interpretado en el cine. Son una pareja improbable, como lo es la de Robert y Suzanne, y me pareció que era interesante para la comedia.

En la obra teatral, Robert representa el estereotipo del marido y del industrial detestable, reaccionario, lleno de mala fe, cercano a los personajes que interpretaba Louis de Funès en los años setenta, que trata a los obreros con paternalismo y a sus familiares como si fueran trabajadores de su empresa. Pero también me he divertido aportándole otra dimensión, más infantil: este hombre, que tendría que representar al empresariado y a un cierto machismo, al final revela una faceta infantil cuando va a rogarle a su mujer que le dé un beso. Fabrice, que sabía que a mí me gustaba mucho sus papeles en las películas de Rohmer, se quedó bastante sorprendido cuando le propuse este personaje, pero enseguida se puso en la piel de Robert Pujol y supo enriquecerlo con sus excesos, su frenesí y su locura de actor que no teme a nada y se divierte con cualquier cosa.

Los hijos de Suzanne
En la obra de teatro, los otros tres personajes: los hijos y la secretaria, no estaban muy desarrollados y no tenían una auténtica vida propia. Por eso fue necesario escribir una historia para ellos y darles más consistencia.

Al igual que Douglas Sirk en sus películas, quise mostrar que los hijos a menudo son más conservadores que sus padres, sobre todo Joëlle, personaje que no evoluciona mucho, pero que revela su naturaleza. Al principio, esta hija de papá se considera moderna y le reprocha a su madre que no lo sea, pero en la segunda parte, frente a la emancipación de ésta pierde sus puntos de referencia y se da cuenta de su conservadurismo, de que es presa de las convenciones, incapaz de divorciarse, abortar o liberarse.

Durante los ensayos, Judith Godrèche entendió rápidamente que Joëlle tenía que ser una auténtica peste, capaz de decir las cosas más atroces con la mayor naturalidad y con la sonrisa en los labios, y no ha tratado de hacerla simpática a toda costa, consciente de que un papel de mala siempre es muy gratificante. Es más, se divirtió transformándose físicamente en una especie de reencarnación de Farrah Fawcett, con vaporosos cabellos rubio ceniza y una sonrisa ultrabrillante. En el fondo, Joëlle quizá es el personaje que representa en mayor medida los rasgos de la modernidad de los años setenta, pero al final es la más conservadora.

El hijo, Laurent, es un personaje típico de las comedias de Molière, tradición retomada a menudo en las películas de Jacques Demy, en las que siempre planea un incesto entre jóvenes que se aman de forma inocente, hasta que un deus ex machina interviene para resolver las cosas. Al principio no tenía previsto que Laurent se conviertiera en homosexual, pero esto me permitió un vuelco final y desplazar la idea del incesto a una relación entre dos hombres dejando que subyaciera esta pregunta: ¿es realmente incesto puesto que no hay ningún riesgo de procrear?

El inesperado giro final no es que Laurent sea homosexual ―lo que me parece que se ve enseguida– sino en que tenga una relación con su hermanastro. En cualquier caso, la duda se mantiene.

Ha sido un verdadero placer volver a trabajar con Jérémie Renier después de tantos años (desde Les amants criminels, 1998). Es un actor que me encanta y cuya carrera sigo con admiración. En esta película yo quería verlo sonreír, alegre, despreocupado, sexi, a diferencia de los papeles oscuros que suelen proponerle. Su pelo rubio y su físico esbelto se prestaban de maravilla para la ropa de los años setenta.

La secretaria
A Karin Viard le importaba que su personaje hiciera un recorrido político auténtico, que se emancipase realmente y que no fuera como en la obra teatral, que sólo contaba para hacer fotocopias. La secretaria pasa del director a la directora, pero evoluciona: "Veo que una mujer no tiene que abrirse de piernas para triunfar".

Su pequeño discurso: "Serás secretaria, hija mía", una referencia al poema If de Kipling ("Serás hombre, hijo mío") lo oí en un reportaje sobre las escuelas de secretariado en una edición del programa Aujourd’hui Madame (Hoy, Señora, programa de televisión diario para amas de casa, que se emitió desde 1970 hasta 1982).

Hasta el momento del montaje no tenía claro si iba a conservar ese monólogo. Es un momento un poco surrealista, sin una auténtica razón de ser en el plano narrativo, aparte de que representa la condición femenina, pero Karin lo ha encarnó tan bien que decidí conservarlo. Es una actriz que no tiene miedo a interpretar un estereotipo porque sabe que puede dotarlo de una emoción y una consistencia que lo trasciendan. Karin es perfecta para este papel.

La música y las canciones
Yo no veía ningún motivo para transformar la obra de teatro en una comedia musical, pero sí tenía claro que la ambientación temporal tenía que estar constituida por canciones y música de aquellos años.

Para la música original, le pedí a Philippe Rombi que recuperara el espíritu de las comedias de los años setenta, el tono de la música de Valdimir Cosma o Michel Magne y que explorara dos filones: uno sobre todo cómico, vinculado a Robert Pujol, y uno más sentimental que remite a la historia de amor entre Suzanne y Babin. La película discurre en dos direcciones: en la de Fabrice Luchini y en la de Gérard Depardieu, con Catherine Deneuve en medio, oscilando entre la comedia y el melodrama. "Emmène-moi danser ce soir", de Michèle Torr, fue la canción más vendida en Francia en 1977-1978. Habla de una mujer que le pide a su marido que se ocupe más de ella, como antes... y es una referencia directa a la situación de Suzanne al principio de la película. Cuando Catherine baila y canta en su cocina, la idea era seguir anclados en la realidad del personaje, que Catherine siguiera arreglando la cocina como todos los días, un gesto muy concreto y cotidiano que hace que veamos que esa mujer, a pesar de todo, es feliz en su "reino". Al final del rodaje de esa secuencia, después de haber vaciado unas diez veces el lavavajillas, Catherine me confesó: "Me recuerda la cena de la tarta de amor en Piel de asno". Yo no lo había relacionado en absoluto, pero esa referencia me conmovió.

Para el baile en el Badaboum, Benjamin Biolay me aconsejó una canción del grupo Il Était Une Fois que yo no conocía: "Viens faire un tour sous la pluie". Tenía la ventaja de que estaba en una sintonía perfecta con la época en cuanto a los arreglos y que ofrecía dos tiempos distintos para la coreografía: una parte lenta y otra estilo "disco" para los estribillos, como en la música de los Bee Gees. Para este baile de Suzanne y Babin yo tenía claro que sobre todo quería resaltar la pareja mítica de Deneuve y Depardieu. Aquí era necesario el artificio, en el que ellos miran directamente a la cámara: es un momento fuera del tiempo, un poco mágico. Ya no se trataba de aspirar al realismo sino a la verdad y a la personificación de esta pareja que siente una gran ternura y que se está divirtiendo.

"C’est beau la vie", que canta Suzanne al final de la película, fue escrita por Jean Ferrat en los años sesenta para la cantante Isabelle Aubret, que había sobrevivido a un grave accidente automovilístico. Al utilizarla en un contexto más político, al final de las elecciones, me pareció que le dábamos una dimensión distinta, después de haber seguido el recorrido de Suzanne y su emancipación. A Benjamin Biolay y a mí nos parecía importante que quedara resaltada la voz de Catherine, grabada de forma realista, sin retoques, con toda su fragilidad y su verdad.

En el guión no estaba previso que Babin la oyera por la radio. Improvisé esa escena con Gérard un día, casi al final del rodaje. Me apetecía que se le viera por última vez, después de que hablaran por teléfono, así que dejé que sonara la música para ver cómo reaccionaba, dejándolo que improvisara... Ver cómo escuchaba la voz de Catherine y cómo canturreaba al mismo tiempo, ha sido uno de los momentos más conmovedores del rodaje.

François Ozon


Festival de Venecia 2010
Sección Oficial, Festival de Cine de Toronto 2010