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La montaña rusa cartel reducidoLa montaña rusaDirigida por Emilio Martínez Lázaro
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Emilio Martínez-Lázaro (director y guionista)
Nació en Madrid. Estudió el bachillerato con los jesuitas, y Física en la Universidad Complutense. Escribió crítica de cine en las revistas Griffith y Nuestro Cine. De 1968 a 1971 dirigió cortometrajes y mediometrajes en precarias condiciones técnicas. A continuación dio sus primeros pasos en el cine profesional colaborando con Jesús Franco en diversos cometidos y con Gonzalo Suárez como ayudante de dirección. En el año 1973 realizó reportajes de actualidad en televisión. Como guionista ha trabajado para Jesús Franco, la productora Profilmes, Carlos Aured, León Klimowski, Mur Oti, Alfonso Ungría, Ricardo Franco y Elías Querejeta. También para Televisión Española adaptando a Dostoievski.

FILMOGRAFÍA (como director)

CINE
(cortometrajes)
1968 Circunstancias del milagro
1969 Aspavientos
1970 Amo mi cama rica
1971 El camino del cielo
1976-1977 Documentales para TVE

(largometrajes)
1978 Las palabras de Max
1980 Sus años dorados
1984 Todo va mal
1986 Lulú de noche
1988 El juego más divertido
1992 Amo tu cama rica
1994 Los peores años de nuestra vida
1997 Carreteras secundarias
2001 La voz de su amo
2002 El otro lado de la cama
2005 Los 2 lados de la cama
2007 Las 13 rosas
2012 LA MONTAÑA RUSA


Notas del director
Hablando con sus amiguitas en el patio del colegio, Ada siente curiosidad por saber qué hacen los mayores en la cama que les gusta tanto. La mamá de una compañera ha explicado a su hija que hacer el amor es algo muy especial, y que sientes la mayor felicidad de tu vida. Pero Ada no puede creer que sea mejor que subir en la montaña rusa. Oyendo a mamá por la noche y montando con papá en la montaña rusa, su conclusión es la misma: aunque los dos gritan mucho, la montaña rusa es superior. Unos años más tarde, cuando le llega el momento de comprobarlo en persona, comienzan los problemas. Estas líneas son el origen de la película.

Nos gustaba imaginar que Nabokov hubiera sonreído ante este planteamiento de ficción. Y también su denostado Freud. Lo cierto es que a Daniela y a mí nos hizo gracia, y probamos a ver adónde nos conduciría. Se trataba de partir de las fantasías infantiles sobre la sexualidad y la vida adulta, ese mundo que de niños se nos antoja algo tan misterioso e incomprensible. Y de ver cómo esas fantasías infantiles generan expectativas, se convierten en aspiraciones secretas que nos acompañan durante años. Y cómo esas expectativas se van viendo defraudadas por la realidad de la vida adulta.

Como en la vida de Ada, el realismo se coló enseguida en la historia, y la búsqueda de la ansiada montaña se convirtió en un suplicio para la protagonista, que no termina de encontrar nada demasiado especial en aquella peculiar gimnasia para parejas en celo.

Y junto a esta visión rotundamente terrenal de las relaciones, Ada busca la vertiente platónica, idealizada: el amor. El compañero, el amigo generoso y comprensivo, el atractivo de la inteligencia, la delicadeza y la ironía, las cualidades sapiens que pueden adornar al homo, la convivencia sin sobresaltos pero, ¡ay!, sin pasión, sin arrebatos. La montaña rusa plana, sin abismos donde el trenecillo pueda despeñarse y haga latir nuestro corazón.

Cuando alguien quiere complicarse la vida y hacerla difícil lo consigue casi siempre. Este es el caso de Ada, que aspira a obtener el máximo en las dos facetas de la relación. ¿Existirá el hombre que ponga en marcha el motorcillo parado de Ada? Y en caso afirmativo, ¿cumplirá con las exigencias de una unión espiritual duradera y una convivencia civilizada y pacífica? Bueno, es lo que Ada desea encontrar, las dos cosas a la vez, pero parece difícil. ¿Y si probáramos con dos hombres?

Lorenzo y Luis son amigos de Ada desde los tiempos del colegio. Ya los hemos visto junto a las niñas al principio, en medio de aquella conversación tan esencial. Ellos también forman una pareja peculiar. El hombre práctico y realista junto al apasionado en busca de una quimera. Tuvieron una vida profesional en común que el tiempo y las diferencia de carácter echaron abajo. Pero conservan una amistad especial. Se ven con regularidad. Hay una clara intimidad entre ellos, mucho conocimiento en común. Sus periódicas reuniones han sido un remanso lleno de confidencias y enfrentamientos banales. También de un fondo de competencia larvada, de rivalidad entre el que ha conseguido dinero y éxito y el que, fiel a sus principios, malvive gracias a trabajos ocasionales y mal pagados.

Hasta que aparece Ada, la chica. Y a partir de aquí, el conflicto para todos, porque cuando alguien quiere complicarse la vida, no solo conseguirá complicársela, es casi seguro que se la complicará a los demás. Lorenzo y Luis, sumados, piensa Ada, hacen el hombre perfecto; lo malo es que son amigos y se siguen viendo a menudo.

Sobre todas estas cosas: el sexo y el amor y sus posibles combinaciones y compatibilidades, sobre la imposibilidad de tenerlo todo y de encontrar la pareja ideal; sobre la infidelidad, y su compañera casi inevitable, la culpa; sobre triángulos que nunca nos salen equiláteros; sobre la amistad y los límites de la lealtad, trata esta película.

No es esta la primera vez que colaboraba con Daniela Fejerman. Hace años escribí con ella y con Inés París un guión que no llegó a rodarse. Me gustan mucho sus tres películas, especialmente la primera, A mi madre le gustan las mujeres, y la tercera, 7 minutos. Daniela me pidió que leyera el guión de esta última y colaboré con tres o cuatro cosillas. Así que ya sabíamos que nos íbamos a entender. Lo que más nos costó encajar en el guión fue la culpabilidad de Ada, que fue surgiendo poco a poco hasta dar sentido a la segunda parte de la película y ayudar a terminarla. También había que suavizar y hacer más cercano el personaje de Ernesto Alterio, para que no quedara como un monstruo. Lo que hicimos fue invertir los deseos de la pareja en lo más alto de su romance. Ada tomaba el lugar de Lorenzo y viceversa. Esto nos proporcionó buenas situaciones de comedia. Creo que también a Daniela el humor le parece una forma superior de expresión. Después de rodar Las 13 rosas, donde tuve que batallar con demasiadas actric
es y situaciones y figurantes, parece que la vuelta a la comedia romántica, con esta historia tan pequeñita, casi sin ambientes, con tres personajes nada más ante la cámara, debería haber sido una liberación. Nada de eso. Esta película, con su parte dramática, con sus escenas de sexo, pero sobre todo con su ironía, difícil de manejar en medio del alud de sentimientos, ha sido muy complicada de hacer. Si no hubiera tenido unos actores tan buenos, y no la hubiéramos preparado tanto, habría salido muy mal.

A primera vista parece sorprendente la distribución de los personajes de los dos actores. Todo el que leía el guión pensaba que interpretaban al otro. Lo hice conscientemente. No hay como dar el papel al que parece que no le va para que el personaje se enriquezca. Siempre que sean buenos actores, siempre que tengan vis cómica, siempre, si se trata de Ernesto y Alberto, dos cumbres tanto en la comedia como en el drama. La película tiene montones de ideas de ambos, incluyendo muchas líneas de diálogo. En ambos personajes había que cuidar que no se fuesen a los extremos, a la sal gorda. En la película, al contrario que en otras comedias mías anteriores, no asoma la farsa o lo hace solo ocasionalmente. Alberto encarna en Luis la normalidad, y eso es lo más difícil de interpretar, porque solo tiene a mano sutilezas y pequeños giros a los que agarrarse. Dejando aparte la explosión final de la historia, donde da una lección de comicidad en medio del intenso sufrimiento del personaje. Ernesto tenía que lidiar con un personaje cambiante, al que adornamos con una buena dosis de paranoia. No hace falta decir que lo hizo para la mayor diversión del espectador. Y además tenía que ser un payaso profesional, una de las cosas más difíciles y especializadas en interpretación. Estuvo mucho tiempo preparándose concienzudamente. En la situación final que he citado, Ernesto mezcla y confunde los sentimientos del personaje de la película sin dejar de lado la actuación pública que está representando. El resultado vuelve a acercar el drama a la comedia, uniendo las interpretaciones de los tres protagonistas en toda esa parte anterior al epílogo.

A primera e incluso a segunda vista, está claro que la elección de Verónica Sánchez fue un acierto en toda regla. Solo tengo palabras de elogio y agradecimiento por la aportación fundamental de su trabajo en la película. También Verónica se comportó de una forma muy creativa, no conformándose con sacar a relucir su facilidad y sus tablas para defender cualquier personaje. En pocas palabras, que daba gusto verlos ensayar y actuar en el rodaje. Las escenas de sexo con el personaje de Alberto están jugadas en tono de comedia y la primera que tiene con Ernesto con realismo e intensidad, como corresponde a la importancia del momento dramático en la historia. No fue fácil para los actores hacerlas, son escenas muy expuestas y todo el mundo tiene su pudor. Pero son grandes profesionales y supieron estar a la altura del momento. Jugar, fingir que se realiza el coito solo tiene sentido cuando el momento forma parte de la trama. No hace falta insistir en que aquí era fundamental. Era el descubrimiento para la protagonista de un mundo nuevo. La montaña rusa había recuperado sus vértigos.

La película está contada casi exclusivamente desde el punto de vista de Ada. Supongo que no me hubiera atrevido a hacerlo sin contar con una coguionista femenina. El tema era delicado y lo políticamente correcto ataca por todas partes y da mucho miedo. Me han preguntado si Verónica Sánchez sabía tocar el violín antes de la película. Ni antes ni después. Pero es una gran actriz y consigue hacérnoslo creer, como Alterio consigue hacernos creer su profesión de payaso de toda la vida, o Alberto San Juan nos convence de que no es un gran amante en la cama. Cosas imposibles que consiguen los actores. El que sí toca el violín y de qué manera es Ara Malikian. La idea de contratarlo vino de la directora de casting, Ayanta Barilli, y él estuvo entusiasmado con la idea desde el primer momento. Yo también he quedado entusiasmado con él.

Emilio Martínez-Lázaro