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The act of killing cartel reducidoThe act of killingDirigida por Joshua Oppenheimer, Christine Cynn
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Festivales y premios
Documenta Madrid 2013 - Premio del Jurado

Documenta Madrid 2013 - Premio del Público

Berlinale 2013 - Premio del Público (Panorama)

Berlinale 2013 - Premio Jurado Ecuménico

OneWorld HHRR Festival 2013 - Primer premio

Docs Barcelona 2013 - Mejor Película

Sheffield Doc/Fest 2013 - Gran Premio

Sheffield Doc/Fest 2013 - Premio del Público


Comentario del director (Joshua Oppenheimer)

Comienzos
En febrero de 2004, filmé a un antiguo jefe de escuadrón de la muerte haciendo una demostración sobre cómo, en menos de tres meses, él y sus compinches asesinos masacraron a 10.500 supuestos comunistas en un claro, junto al río en Sumatra Septentrional. Cuando terminó su explicación, le pidió a mi técnico de sonido que nos hiciera algunas fotos en la orilla del río. Sonrió ampliamente, levantó los pulgares en una instantánea e hizo un signo de victoria en la siguiente.

Dos meses después, salieron en las noticias otras fotos, esta vez de soldados norteamericanos sonriendo y levantando los pulgares mientras torturaban y humillaban a prisioneros iraquíes (Errol Morris después reveló que aquellas fotografías eran más complicadas de lo que parecían al principio). Lo más inquietante de aquellas imágenes no es la violencia que retratan, sino lo que nos sugieren sobre cómo los participantes querían ser vistos y recordados en aquel momento. Además parece que representar, actuar y posar forman parte del proceso de humillación.

Estas fotografías no revelan tanto la situación física del abuso, sino más bien las pruebas forenses de la fantasía que rodeaba a la persecución. Y yo seguía pensando en ellos cuando un año después conocí a Anwar Congo y a los otros jefes del movimiento paramilitar de la Juventud de Pancasila de Indonesia.


¿Lejos o cerca de casa?
Las diferencias entre las situaciones que yo filmaba en Indonesia y otras situaciones de persecución en masa pueden parecer obvias a primera vista. Al contrario que en Ruanda, Sudáfrica o Alemania, en Indonesia no ha habido comités para la verdad y la reconciliación, ni juicios, ni monumentos a las víctimas. En lugar de ello, desde que se cometieron las atrocidades, los responsables y sus protegidos han recorrido el país insistiendo en ser honrados como héroes nacionales por un pueblo dócil y a menudo aterrorizado. Pero ¿esta situación es realmente excepcional? En casa (en EE. UU.), los líderes en las torturas, las desapariciones y las detenciones indefinidas se encontraban en las más altas posiciones del poder político y, al mismo tiempo, tendían a retratarse como los heroicos salvadores de la civilización occidental. Que se crean unos relatos así, a pesar de toda la evidencia en contra, sugiere un fallo en la percepción colectiva; y al mismo tiempo revela el poder de la narración para conformar lo que vemos.

Y que Anwar y sus amigos admirasen tanto el cine americano, la música americana, la forma de vestir americana, todo ello generaba ecos aún más difíciles de ignorar, ecos que transformaban lo que yo filmaba en una alegoría de pesadilla.


Filmando a los supervivientes
Cuando empecé a desarrollar The Act of Killing en 2005, llevaba tres años filmando a los supervivientes de las masacres de 1965 y 1966. Había vivido un año en un pueblo de supervivientes en las plantaciones de las afueras de Medan. Entablé una gran amistad con varias de las familias de allí. Durante aquella época, Christine Cynn y yo colaboramos con un sindicato reciente de aparceros de la plantación para hacer The Globalization Tapes; y empezamos la producción para una futura película sobre una familia de supervivientes que se enfrentan con tremenda dignidad y paciencia a los asesinos que mataron a su hijo. Nuestros esfuerzos por grabar los testimonios de los supervivientes, nunca antes expresados en público, se llevaron a cabo a la sombra de sus torturadores y de los verdugos que asesinaron a sus parientes, hombres que, como Anwar Congo, alardeaban de lo que habían hecho.

Irónicamente, afrontamos el mayor peligro cuando filmamos a los supervivientes. Nos encontramos con un obstáculo detrás de otro. Por ejemplo, cuando intentamos rodar una escena en la que antiguos prisioneros políticos ensayaban una balada javanesa sobre el tiempo que pasaron en los campos de concentración (en la que se describía cómo habían trabajado obligados en una plantación propiedad de los británicos y cómo cada noche alguno de sus amigos era entregado a los escuadrones de la muerte para que lo asesinaran), fuimos interrumpidos por la policía que venía a arrestarnos. En otras ocasiones, la dirección de las plantaciones de Londres-Sumatra interrumpió en el rodaje “honrándonos” con la “invitación” a una reunión en las oficinas centrales de la plantación. O el alcalde del pueblo llegaba con una escolta militar para decirnos que no teníamos permiso para filmar. O una ONG dirigida a la “rehabilitación de las víctimas de las matanzas de 1965 y 1966” aparecía y declaraba: “Este es nuestro territorio; los vecinos nos han pagado para que los protejamos”.

Cuando más tarde visitamos las oficinas de la ONG, descubrimos que su director no era otro que el asesino jefe de la zona, amigo de Anwar Congo, y que los trabajadores de la ONG parecían ser oficiales militares de inteligencia.

No solo nos sentíamos inseguros filmando a los supervivientes; sino que también temíamos por su seguridad. Y los supervivientes no podían responder a cómo se perpetraron las matanzas.

Asesinos fanfarrones
Pero los asesinos estaban más que dispuestos a ayudarnos y, cuando los filmamos fanfarroneando sobre sus crímenes contra la humanidad, no encontramos ninguna oposición. Se nos abrieron todas las puertas. La policía local se ofrecía a escoltarnos a las zonas de las masacres, saludando o hablando con los asesinos entre bromas, dependiendo de su relación y del rango del asesino. Los oficiales militares incluso ordenaban a los soldados que mantuvieran a los curiosos alejados para que no tuviéramos problemas al grabar el sonido.

Esta extraña situación fue mi segundo punto de inicio para The Act of Killing. Y la cuestión que tenía en mente era: "¿Qué supone vivir y ser gobernado por un régimen cuyo poder descansa sobre el asesinato en masa y su posterior alardeo público, incluso aunque ello intimide a los supervivientes y los haga guardar silencio?" Una vez más parecía haber un profundo fallo de percepción.

Aprovechando el momento
Entonces vi la oportunidad: si a los responsables en Sumatra Septentrional se les daban los medios para dramatizar sus recuerdos del genocidio de la forma que prefirieran, probablemente querrían glorificarlo aún más, transformarlo en una “simpática película familiar”, según palabras de Anwar, cuyo caleidoscópico uso de géneros reflejaría sus múltiples y contradictorias emociones sobre su “glorioso pasado”. Yo preví que los resultados de este proceso servirían de sacar a la luz, también para los indonesios, lo arraigadas que estaban la impunidad y la ausencia de resolución en su país.

Además, Anwar y sus amigos habían ayudado a construir un régimen que aterrorizaba a sus víctimas y a ellos los trataba como héroes y me di cuenta de que el proceso del rodaje respondería muchas cuestiones sobre la naturaleza de tal régimen. Cuestiones que pueden parecer secundarias, pero que, de hecho, son inseparables. Por ejemplo, ¿cómo creían Anwar y sus amigos en realidad que los veía la gente? ¿Cómo querían que los vieran? ¿Cómo se veían a sí mismos? ¿Cómo veían a sus víctimas? ¿Cómo revelaba la forma en que ellos creían que los veían los demás, lo que ellos fantaseaban sobre el mundo en que vivían y la cultura que habían construido?

La técnica cinematográfica que utilizamos en The Act of Killing fue elaborada para responder a estas cuestiones. Se entiende como una técnica de investigación refinada que nos ayuda a comprender no solo lo que vemos, sino también cómo lo vemos y cómo lo imaginamos. (La película resultante se puede describir como un documental de la imaginación). Estas cuestiones son de vital importancia para comprender los procesos mentales mediante los cuales los seres humanos se acosan entre sí; y para entender cómo después siguen construyendo y viviendo en sociedades fundadas en una violencia sistemática y prolongada.

Las reacciones de Anwar
Siendo mi principal objetivo al iniciar el proyecto encontrar respuestas a estas cuestiones y el intento consciente de Anwar era glorificar sus actos pasados, era difícil que no se sintiera en cierto modo decepcionado con el resultado final. Una parta importante del proceso cinematográfico incluía el visionado de las tomas de Anwar y sus amigos. Inevitablemente visionamos las escenas más dolorosas. Sabían lo que había en la película; de hecho, tenían profundos debates sobre cinematografía dentro de la película y discutían abiertamente sobre las consecuencias de la misma. Y ver esas escenas hacía que el interés de Anwar en la película fuera aún mayor. Así fue como gradualmente me fui dando cuenta de que Anwar estaba en un viaje personal paralelo al proceso fílmico, en el que buscaba reconciliarse con el sentido de lo que había hecho. También en ese sentido, Anwar es el personaje más valiente y honrado de The Act of Killing. Puede que le ‘gustara’ el resultado o no, pero he intentado honrar su valor y su franqueza presentándolo todo lo honesto y compasivo que he podido, mientras postergaba los abominables actos que cometió.

No hay una resolución fácil en The Act of Killing. El asesinato de un millón de personas está inevitablemente cargado de complejidad y contradicciones. En poco tiempo, deja tras de sí un terrible desastre. Más aún cuando los asesinos se han mantenido en el poder, cuando no ha habido intención de hacer justicia y cuando la historia, hasta ahora, solo se ha utilizado para intimidar a los supervivientes. Buscar la comprensión de tal situación, interviniendo en ella y documentándola, solo puede ser igualmente escabroso y confuso.

La lucha continúa
He desarrollado una técnica de rodaje con la que he intentado comprender por qué la extrema violencia, que muchos consideramos impensable, no solo es posible, sino que se ejerce rutinariamente. He intentado comprender el vacío ético que hace posible que los responsables del genocidio sean homenajeados en la televisión pública con vítores y sonrisas. Algunos espectadores pueden desear un cierre formal al término de la película, una lucha eficaz por la justicia que tenga como resultado cambios en el poder, en los tribunales de derechos humanos, compensaciones y disculpas oficiales. Una película por sí sola no puede conllevar tales cambios, pero el deseo de los mismos ha sido, sin duda, también parte de nuestra inspiración. Asimismo intentamos arrojar luz sobre uno de los capítulos más oscuros en la historia humana, tanto local como global; y expresar los costes reales de la ceguera, el oportunismo y la incapacidad para controlar la codicia y el ansia de poder en una sociedad mundial cada vez más unificada. Finalmente ésta no es una historia sobre Indonesia, es una historia sobre todos nosotros.