
Por qué la película Casino de Martin Scorsese sigue siendo un éxito en 2025
En 1995, Martin Scorsese, recién salido del éxito de "Goodfellas", se sumergió de nuevo en el mundo del crimen organizado, pero esta vez bajo las cegadoras luces de neón. Su nuevo proyecto no fue simplemente una repetición de la fórmula; fue una expansión, una sinfonía barroca de exceso y autodestrucción. Hoy, en 2025, cuando la ciudad del pecado se ha reinventado como un parque temático corporativo, el filme se erige como un testamento visceral de una era perdida, una cápsula del tiempo que captura la esencia de un imperio construido sobre arena y regado con sangre. Su vigencia no radica en la nostalgia, sino en su dolorosa y deslumbrante honestidad sobre la naturaleza humana.
Una dirección magistral de Scorsese
La dirección de Scorsese en esta epopeya es una clase magistral de narrativa visual. Utilizando un ritmo frenético, casi febril, nos sumerge en el corazón palpitante del Tangiers, el epicentro del feudo de Sam "Ace" Rothstein. La cámara se desliza por las mesas de juego, se detiene en los rostros de los apostadores y capta cada detalle de la meticulosa operación de desfalco. Scorsese emplea una combinación de planos secuencia vertiginosos, congelados de imagen y una edición a cargo de la legendaria Thelma Schoonmaker que replica la subida y bajada de la adrenalina en una noche de juego.
Esta elección estilística no es un mero alarde técnico; es la forma en que el director nos hace partícipes del ascenso meteórico y la inevitable caída de sus protagonistas. El espectador no solo observa, sino que siente el pulso de Las Vegas, parecido a la experiencia de LuckyBitsVegas.com, la sensación de estar en la cima del mundo y el pánico del derrumbe inminente.
El guion: una crónica de la avaricia
Basado en el libro de no ficción de Nicholas Pileggi, el guion, coescrito por Pileggi y Scorsese, es de una riqueza y un detalle abrumadores. A través de las narraciones en off superpuestas de Ace Rothstein y Nicky Santoro, obtenemos una doble perspectiva: la del cerebro calculador que busca la legitimidad y la del músculo violento que se deleita en el caos.
Esta estructura dual ofrece una visión completa del ecosistema mafioso, desde el conteo de billetes en la sala de atrás hasta las ejecuciones en el desierto de Nevada. El largometraje funciona casi como un documental dramatizado, explicando con precisión quirúrgica cómo se construyó y se desmoronó el imperio del juego de la mafia. Sus diálogos, afilados y memorables, exponen la hipocresía, la paranoia y la sed insaciable de poder que corrompe cada relación y cada empresa.
Un triángulo de fuego
Esta cinta no sería la obra maestra que es sin las actuaciones monumentales de su trío protagonista. Robert De Niro ofrece una de sus interpretaciones más contenidas y a la vez complejas como Ace Rothstein, un hombre obsesionado con el control que pierde el control de todo lo que le importa. Su meticulosidad y su arrogancia son la fachada de una profunda vulnerabilidad. Joe Pesci, en un rol que podría parecer una extensión de su personaje en "Goodfellas", dota a Nicky Santoro de una ferocidad y una imprevisibilidad aterradoras. Es la personificación de la violencia pura, un demonio desatado en el paraíso artificial de Las Vegas. Sin embargo, es Sharon Stone, en el papel de Ginger McKenna, quien roba el aliento. Su interpretación, galardonada con un Globo de Oro y una nominación al Oscar, es un desgarrador retrato de una mujer atrapada entre el lujo y la autodestrucción, una figura trágica cuya caída es tan espectacular como la de los hombres que la rodean.
Una estética atemporal
Visualmente, el filme es un festín. El diseño de producción de Dante Ferretti y el vestuario de Rita Ryack recrean la década de los 70 en Las Vegas con una opulencia casi operística. Los trajes de colores pastel de De Niro, los vestidos de lentejuelas de Stone y la decoración estridente del Tangiers no son solo un telón de fondo; son personajes en sí mismos, símbolos de una era de excesos sin complejos. La fotografía de Robert Richardson baña la pantalla en dorados y rojos intensos, colores que evocan tanto la riqueza como la violencia. Tres décadas después, esta estética no se siente anticuada, sino que ha adquirido una cualidad mítica, la representación definitiva de un sueño que se convirtió en pesadilla.