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Una cierta verdad cartel reducidoUna cierta verdadDirigida por Abel García Roure
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Dirigida por el debutante Abel García Roure (Ayudante de dirección en En construcción, El cielo gira, Cravan vs. Cravan, entre otras) asume un doble reto: acercarse a la realidad del continuo e inquietante pulso entre los dos mundos de los protagonistas (el que les rodea y el suyo propio) y explorar los mecanismos de funcionamiento de sus mentes.


Notas de dirección
A propósito de Una cierta verdad por Abel García Roure

Tras algunos años de experiencia como ayudante de dirección me decidí a afrontar el deseo, largamente sopesado, de dirgir un proyecto propio. Mi primera decisión fue la elección de un tema abierto, que no me condicionara ni me comprometiera de antemano en un modo ni en una forma específica de abordarlo. Asumía mi condición de debutante y, ante la falta de una perspectiva y una estética propias, quería que fuese precisamente, el proceso de gestación de la obra, el que me enseñase el camino y el que me permitiese ir reconociendo, paso a paso, la posibilidad, si es que la había, de una identidad y de un modo de expresión propios.

Es en el construir el relato a partir del sufrimiento y la angustia que padecen nuestros protagonistas donde se sitúaba de forma más precisa mi responsabilidad como cineasta. No en el mero desarrollo de una propuesta estética sin otro fin más que sí misma, sino en usar todas las herramientas expresivas que el cine pone a nuestra disposición, con el único fin de contar de manera justa y exacta, y sin entorpecerla, la verdadera historia de unos personajes marcados por la tragedia de una enfermedad.

Se trataba, primeramente, de dotar de solemnidad y trascendencia las vidas de aquellos, liberarlas de la costra de vulgaridad aparente que se desprende casi inevitablemente de toda experiencia extraída en bruto de la inmediata cotidianidad, y lograr que su sufrimiento y su soledad, dejasen de resultarnos, en su observación externa como algo ajeno. Lograr que nos concerniera, que nos doliera también, que nos importara y nos conmoviera. Dicho movimiento nos implicaba también, por ejemplo, el confrontar frontalmente el mito oscuro, la maldición, el estigma terrible de muchos de aquellos que se ven tocados por la enfermedad. Para hacerlo, se trataba de situarse en las antípodas de lo "políticamente correcto", de aquellos que creen que basta con cambiarle el nombre a las cosas, excluirlas del paisaje, ocultar sus sombras y maquillar retóricamente sus defectos, para que desaparezcan como por arte de magia.

La observación de la dimensión trágica de la enfermedad, en lo que tiene de condena o infortunio individual, absolutamente azaroso y desprovisto de toda causa y de toda culpa, la que nos pone en primer término la dimensión humana, demasiado humana, de dicho trastorno. Revelar el gesto humano de aquellos que son capaces de mantener su dimensión humana, su belleza moral, su buena predisposición hacia los demás, e, incluso, la alegría de vivir, a pesar de verse condenados a la perdida de la propia identidad, la invasión y desestructuración del cuerpo y del pensamiento, resume los valores estéticos y el contenido expresivo del proyecto.

Por eso, si algo tiene de valioso, en mi opinión, "Una cierta verdad" es, precisamente aquello de lo que menos méritos podemos atribuirnos mi equipo y yo: Una hermosa historia de amistad y de mutuo conocimiento entre dos hombres extraordinarios, como el joven psicólogo José Manuel Santos, y el genial paciente al que visita en su domicilio, Javier Sánchez Vázquez, ante el abandono por parte de Javier de todo tratamiento psiquiátrico, y la necesidad perentoria de ingresarlo en contra de su voluntad, ante el riesgo no sólo de una crisis, sino incluso ante el precedente de una grave agresión. La capacidad de ambos de expresarse en tales circunstancias, de escucharse mutuamente, de disfrutar del momento, en su desbordante inteligencia e ingenio, su exquisita ironía y sentido del humor, así como la admirable humanidad de los dos, además de constituir el elemento central del relato de la película, es, a mi juicio, lo que verdaderamente vale más la pena de todo lo registrado en ella. Y hay que decir que no fue más que el azar y la generosidad totalmente desinteresada de los dos protagonistas, los factores que nos permitieron tenerlos, en un momento dado, al alcance de nuestras cámaras y micrófonos, donde nos regalaron su tan esencial presencia.


Una cierta verdad
Por Josep Moya (psiquiatra asesor de la película Una cierta verdad)

El neurótico, es decir, aquel sujeto considerado normal, vive inmerso en un mar de dudas sin que ello presuponga que es un obsesivo. En efecto, ante cualquier evento emerge la duda, la incertidumbre; esa palabra, esa frase que le dirige el otro, esa mirada, o esa decisión que debe tomar, ya, ahora mismo, todas ellas se enmarcan en un contexto dominado por la incertidumbre. Nada es seguro, excepto la muerte, siempre puede haber sorpresas, en cualquier momento puede surgir lo inesperado. Y ahí está el buen neurótico, en estado de zozobra, dándole vueltas al asunto y calculando lo incalculable, porque siempre se escapa alguna cosa, siempre hay algo que se resiste, no hay garantías. Las grandes verdades de hoy son las grandes mentiras del mañana, decía un eminente científico. Y ahí está la historia de la ciencia para corroborarlo.

Por su parte, el psicótico también puede tener momentos de incertidumbre, puede dudar, incluso puede angustiarse ante lo inasible, pero, tarde o temprano le invade la certeza. Por fin aparece el mensaje, la voz que le susurra palabras a los oídos o quizá sólo se trate de un enigma, de un fenómeno cuya significación se le escapa pero acerca del cual tiene la certeza de que le concierne. Eso es, algo le concierne de manera indefectible, hay una verdad aunque su contenido sea desconocido para el sujeto. Verdad sin contenido preciso, verdad alucinada, verdad delirante, postulados y, como tales, que no precisan demostración. Podría decirse que mientras que el neurótico se mueve incesantemente por el camino de los teoremas, que sí precisan demostración, el psicótico, por el contrario, se mueve por la ruta de los postulados; y ahí se queda, ya que, en la medida que él es la verdad, no debe demostrar nada. El neurótico cree, el psicótico sabe, y su saber es sólido y duro como el diamante, refractario a la dialéctica, insensible a la discusión. "Con el tiempo que lleva Vd. en este hospital ya debería Vd. haberse enterado de lo que hay", decía una psicótica al médico que la trataba. Este no sabía, y ella le hablaba con cierta compasión, con cierta condescendencia. Y es que el psicótico posee un saber, que vive como cierto, de ahí que pueda establecerse un juego de palabras: "Se trata de una verdad cierta, de una cierta verdad".