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Operación E cartel reducidoOperación EDirigida por Miguel Courtois
¿Qué te parece la película?

Entrevista a Miguel Courtois Paternina

P: ¿Cuál es el punto de partida de la película?

R: Ariel Zeitoun fue el primero en hablarme de la historia del hijo de Clara Rojas, una rehén de las FARC durante casi seis años. Me pidió que pensara en la posibilidad de hacer una película acerca del tema. Antonio Onetti - el guionista con el que había trabajado anteriormente en El Lobo, GAL y 11 M historia de un atentado - y yo buscamos y encontramos suficiente información en España para convencernos de que la historia era un tema magnífico para una película. Acto seguido, hablamos con Ariel Zeitoun para decidir cómo contarla mejor, y Antonio no tardó en escribir la primera versión del guión.


P: Si tuviera que resumir la historia, ¿qué diría?

R: Un campesino pobre, que cultiva coca en la selva colombiana, es obligado a cuidar del hijo enfermo de Clara Rojas, nacido en cautiverio, con la excusa de que su suegro indígena es curandero. La película cuenta los acontecimientos de los tres años durante los que no se supo nada del niño. Pero más allá de esto, me interesó enseñar cómo la Historia, con hache mayúscula, suele ser escrita por personas anónimas, víctimas a las que nunca se da la palabra.


P: ¿Por qué hablar del niño y no de la madre?

R: Porque ya se sabía la historia desde el punto de vista de Clara Rojas. Cuando le quitaron al niño, permaneció otros dos años y medio en cautividad antes de ser liberada. Quisimos contar lo que pasó entre el momento en que el niño llega a casa del campesino, el momento en que se le pierde la pista y el día que se le localiza de nuevo. Mostrar cómo no solo la llegada del niño trastornará la vida de ese hombre, de su mujer y de sus hijos, sino que acabará por arruinarla. Hay un aspecto metafórico y simbólico muy fuerte en la historia de este niño, que puede compararse a Moisés salvado de las aguas.

No olvidemos la situación en ese momento, cuando Colombia y Venezuela están a punto de declararse la guerra; los presidentes Chávez y Uribe intercambian insultos en medio de discursos grandilocuentes y… todo depende de lo que ha hecho o va a hacer un campesino al que nadie conoce. Más aún, al que nadie controla, y al que se cree único responsable de un niño convertido en el centro de las negociaciones entre Colombia, Venezuela y las FARC. Es una historia singular y, al mismo tiempo, universal; vivamos donde vivamos, creemos que nos dirigen personas que aparentan controlarlo todo, pero la verdad suele ser mucho más compleja.


P: ¿Qué porcentaje de ficción hay en la película?

R: Mínimo. Todo está muy cerca de la realidad, aunque nos tomamos ciertas licencias para que la película no fuera un documental. Por ejemplo, el verdadero Crisanto no sabe dibujar. El auténtico campesino tiene tantos hijos como Crisanto, se llaman como en la película. Lo mismo pasa con la esposa, su padre es un curandero indígena. Antonio Onetti, el guionista, se documentó mucho hablando con periodistas, informadores, investigadores... También viajamos a Colombia juntos para acabar el guión donde realmente transcurre la historia.


P: ¿Tuvo la oportunidad de conocer personalmente a José Crisanto?

R: Los investigadores colombianos que trabajaban con nosotros fueron a verle a la cárcel en varias ocasiones. Yo tuve una larga conversación con él. Siempre cotejamos su versión de los hechos con lo que se publicó en la prensa colombiana.


P: ¿Habló con políticos, con miembros de las FARC?

R: Claro. Por un lado, para comprobar la información que teníamos y, sobre todo, para empaparnos del ambiente y de los acontecimientos de la época. Más aún, durante el rodaje estuve con personas que habían colaborado con las FARC y que incluso habían vigilado a los rehenes. Actualmente han dejado las armas y están en proceso de reintegración, como muchas otras personas en Colombia.


P: ¿Dónde tuvo lugar el rodaje?

R: La película está rodada íntegramente en Colombia, en lugares muy cercanos a donde se desarrollaron los hechos. Algunas zonas siguen en manos de las FARC y no era factible rodar allí mismo. De hecho, nos lo dejaron entender en varias ocasiones durante el rodaje.


P: ¿Sobre qué se basaron para la reconstitución de los campamentos?

R: Siempre que ruedo una película me sumerjo al máximo en el contexto de la historia. Visité campamentos que habían sido tomados por el ejército, especialmente los que disponían de espacios cercados con alambradas, como se ve en la película. Por desgracia, no es difícil imaginar el horror que representa estar preso en plena selva, con barro, mosquitos, lluvia y una humedad del 100%. El rodaje duró dos meses en condiciones muy duras. No disponíamos de mucho tiempo para hacer la película, y quería que el equipo y yo viviéramos esa realidad. Colombia es un país donde todo es desproporcionado. Cuando llueve, caen trombas de agua, los puentes se derrumban, los ríos abandonan sus cauces. Cuando hace calor, hace muchísimo calor. Había que controlarlo todo, aunque también era parte de la historia. Colombia es un país de contrastes, tanto en lo peor como en lo mejor. Los colombianos son personas muy cariñosas, generosas, simpáticas. Nos acogieron de maravilla, sin esconder su curiosidad por el hecho de que unos europeos estuvieran interesados en ese tema.


P: ¿Por qué escogió a Luis Tosar para el papel de Crisanto?

R: Fue una propuesta de Cristina Zumárraga, la productora española. Ella ya había trabajado con él y me aseguró que era el actor idóneo para nuestro proyecto. Luis Tosar, que es una auténtica estrella en España, leyó el guión y su entusiasmo por el papel fue inmediato y determinante para la credibilidad y producción de la película. De hecho, es uno de los coproductores. Hizo un trabajo extraordinario tanto con el acento colombiano como con el personaje mismo. Para un realizador, dirigir a un actor semejante es un auténtico regalo.


P: Liliana, la verdadera mujer de Crisanto, ¿se parece a Martina García?

R: No lo sé. No quise que me influenciara y nunca vi una foto suya. Espero por Crisanto que sea tan guapa como Martina García. Es una actriz colombiana muy conocida en su país. Fue genial durante todo el rodaje, sobre todo en el trabajo con los niños.


P: ¿Vio a muchos niños antes de escoger a los de Crisanto y Liliana?

R: Seleccionar a los niños fue complicado porque la historia transcurre en un periodo de dos años y medio, y había que verles crecer. Hubo que escoger dos grupos de niños, pero por miedo a que los espectadores se perdieran, preferí que los tres mayores fuesen siempre los mismos. Vi a decenas de niños. Pedí que estuvieran acostumbrados a vivir juntos, por lo tanto, que pertenecieran a la misma familia o vivieran en ele mismo barrio. Después de ser seleccionados, debían pasar un día a la semana con Martina, su madre en la película. Les acompañaba al colegio, les iba a buscar, les bañaba, les daba de comer, en fin, ese día se ocupaba de ellos como si fuera su auténtica madre. Eso le permitió, una vez en el plató, mantener con ellos una familiaridad y una autoridad naturales.


P: Y Emmanuel, el bebé, ¿cómo le escogió?

R: Vimos a muchos. Quería que fuera un bebé conmovedor, delgado, con la piel blanca y diferente de los otros. Además, debía ser un niño tranquilo, porque rodar con siete niños y un mono es un poco complicado. Y a eso hay que añadir las tormentas y los mosquitos. Pero se portó muy bien. El otro bebé, la última hija de Crisanto y Liliana, la pequeña Isabela, también fue un ángel. Los dos se convirtieron en las mascotas del rodaje. Cuando se rueda una historia humana de tanta fuerza, la misma historia nos lleva hacia delante. Pero si, además, hay varios niños en el plató, el ambiente se vuelve más alegre, con más vida, aunque la película sea dura. Fue un rodaje muy emotivo.


P: ¿Qué consigna dio al director de fotografía?

R: Quería una iluminación muy realista que también mostrará la evolución de los acontecimientos. La historia empieza mostrando una pobreza que podría describirse como “digna”, en medio de un edén natural, una naturaleza exuberante y generosa… Son gente pobre, pero que no se muere de hambre. Carecen de luz y agua corriente, pero enseñan a sus hijos a leer y a escribir. Casi puede decirse que nos encontramos en una situación al estilo Rousseau. A medida que avanza la película, la iluminación y el montaje acompañan a la familia en la tragedia que viven. Los planos son más cerrados, hay más cortes. Al final, cuando la decadencia es total, opté por saturar los colores. Si se vive en una favela, hay una unión social, nunca se está solo. Pero debajo de un puente de una megalópolis, se está perdido, no hay nada a lo que agarrarse, se vive de la mendicidad. Quería transcribir esa evolución real mediante la imagen y el montaje.


P: ¿Y en cuánto al sonido?

R: OPERACIÓN E no es una película de género y no quería que la música ocupara un lugar predominante, por lo que es bastante minimalista. Al contrario que Afganistán, donde había rodado el año anterior, Colombia es un país muy ruidoso: los coches, la música (siempre a todo volumen), los ruidos de la naturaleza, de la ciudad son omnipresentes. Me he esforzado en describir este universo con la mayor fidelidad posible. Siempre intento que mis películas describan con el mayor realismo posible el ambiente sonoro del país donde ruedo.


P: Después de pasar seis años en la cárcel, Crisanto ha sido exculpado, ¿por qué?

R: Porque es inocente. Siempre pensé que era así, por eso he contado la historia del hombre que salvó a ese niño y al que no se le puede culpar de nada. No todo el mundo está de acuerdo, Clara Rojas tampoco. Cree, como lo hicieron durante años las autoridades colombianas, que Crisanto secuestró a Emmanuel porque estaba al servicio de las FARC. Pero Crisanto no estaba con las FARC, vivía en la zona de las FARC. Si hubiera estado en la zona de los contra, de los paramilitares, habría estado del otro lado. Esa es la lección. No se escoge ser un héroe, un traidor o un revolucionario. Se intenta sobrevivir, y no darse cuenta de este hecho me parece deshonesto. Efectivamente, cuando acabamos el montaje de la película, la justicia colombiana exculpó a Crisanto.


Declaracione sde Luis Tosar
Existen muchos tópicos en este mundo que llamamos industria del cine, pero quizá uno de los más socorridos, al menos desde el punto de vista de los actores, es afirmar que te enamoraste del guión desde la primera lectura.

No sé cuánto de verdad hay en esto cuando lo dicen otros, ni siquiera sé cuánto de verdad había cuando yo mismo lo dije en alguna ocasión y tampoco estoy seguro de que enamorarse de un guión sea algo humanamente posible, pero de lo que sí estoy plenamente convencido es de que hay determinadas historias, pocas, que se aferran a ti en un lugar tan profundo y sincero que hacen que las acompañes a dónde quiera que vayan.

"Operación E" no es sólo una película, es una carga de profundidad. Cuando la encontré venía con ganas de quedarse, con ganas de que los que entrasen ahí lo hiciesen porque el cine, a veces, es algo más que hacer películas, es contar algo que no tenemos ganas de saber, es decir a voz en grito que el mundo, por más que nos empeñemos en negarlo, es un lugar muchas veces injusto y cruel y que alguien (en esta ocasión, muchos) tiene que hacerlo.

El cine, por fortuna, aún conserva esa capacidad de denuncia casi intacta. Cuando la televisión y los medios de comunicación en general nos aturden, a veces por exceso de información y nos dejan impasibles e indolentes ante la realidad del mundo, una película puede tener la facultad de despertar, a través de sus personajes, la reflexión y la empatía ante el dolor ajeno. El cine nos regala víctimas terribles pero también héroes circunstanciales que nacen de la pluma del guionista inspirada por una realidad dura como la piedra.

De ahí surge José Crisanto, el protagonista de nuestra historia y de su propia vida. El hombre que me tocó interpretar, el personaje con mayor dificultad de todos a los que me he enfrentado.

Creo que nunca me había puesto tantas zancadillas a mí mismo a la hora de abordar un proyecto. Supongo que el terror que me producía llevar a carne y hueso un personaje que representa la realidad de cuatro millones de desplazados en Colombia venía de la responsabilidad que eso conlleva y que ahora, después de unas cuantas penurias, agradezco profundamente.

Fue un acercamiento duro, yo no soy colombiano y pensar en reproducir un acento es siempre una tarea arriesgada para un actor. Hacerlo además encarnando a un personaje real es doblemente delicado. No voy a contar los procesos internos que sufrí o que yo mismo provoqué porque creo que eso es parte del oficio y lo que realmente importa es lo que haya quedado después, pero sí os diré que todos los miedos que surgieron, todas las dudas que se plantearon y todas las fantasías de que hubiese un desastre mundial que impidiese que me enfrentara al personaje, se disiparon en cuanto se dijo acción por primera vez y constaté que aquello de lo que tanto habíamos hablado durante más de dos años era real y ya caminaba solo.

Porque, insisto, creo que hay historias que saben que tienen que ser contadas y por eso se las arreglan para que un grupo de gente de cualquier parte del planeta se alíe para llevarlas a cabo. En estas líneas no está solamente mi vivencia con "Operación E", está también la de todo un equipo que se empeñó, como pocas veces he visto, en sacar adelante un proyecto que a muchos de ellos tocaba de manera tan directa que hacía daño.

Por desgracia necesitamos héroes, cada día más. Por fortuna, de vez en cuando, alguien en alguna parte del mundo logra salir de su realidad y se enfrenta al sistema haciéndonos creer que es posible.

Esta es la historia de uno de ellos.

Luis Tosar, actor


Declaraciones Martina García
Contar una historia real siempre será un riesgo, pero es innegable que un guión maravilloso, una produccion comprometida, las localizaciones, los animales, el clima, la naturalidad de los niños, la ausencia de maquillaje, el vestuario gastado, la intuición certera y la complicidad de Miguel, y la entrega de Luis - brillantes y divertidos los dos- lograban diariamente un realismo apabullante en este rodaje que ha sido sin duda uno de los más exigentes y especiales de mi carrera, no solo por el cariño genuino de mis niños divinos (lo más importante tanto para mi personaje como para mí) o por estar contando la historia reciente -y actual- del conflicto armado en mi país, sino por el compromiso absoluto de todo un equipo que se puso la camiseta para darlo todo y que se vio reflejado más de una vez, notablemente en el emotivo final de rodaje, donde todos nos sentimos sobrevivientes -como tantos colombianos - habiendo dejado el corazón en la selva.

Martina García, actriz


Notas de producción. Cristina Zumárraga (Tormenta Films)
Rodar Operación E fue una aventura magnífica. Una aventura de dimensiones insospechadas de esas que se quedan contigo para siempre y acaban por definir y moldear la personalidad de uno. Entre preparación, rodaje, cierre y vacaciones navideñas incluidas pasé seis meses seguidos en Colombia. Una experiencia así difícilmente se olvida nunca.

Lo que desde un principio me fascinó de este proyecto es que contaba la historia de un héroe anónimo, completamente desconocido pero directamente relacionado con acontecimientos que habían tenido gran repercusión mediática y de los que todos habíamos oído hablar. Esta era la versión no oficial, contada desde la perspectiva de un pobre hombre que por circunstancias totalmente ajenas a él se convierte en víctima del sistema y su vida se trastoca para siempre. José Crisanto representa a todas las víctimas inocentes de los conflictos armados, a todos los desplazados del mundo. A través de una historia particular, se narra una historia muy universal. La película compone un retrato extraordinario de este personaje y además de una gran fuerza dramática, contiene elementos de aventura y de thriller. Es una historia conmovedora y al mismo tiempo llena de acción que te mantiene en vilo durante todo su metraje.

Inicialmente se planteó la posibilidad de rodar en México por razones de seguridad. Yo me opuse. La única manera de hacer un retrato verídico y creíble de este viaje vital que es la película, era rodando en los lugares reales donde habían tenido lugar los acontecimientos. Así que nos fuimos a Colombia, sin saber muy bien dónde íbamos a centralizar la producción. La película destila verdad y autenticidad por todos los poros de su piel, se puede oler y palpar la compleja realidad de este gran país. Fue una buena decisión.

Al poco tiempo de estar en Colombia, una vez dejada atrás la gran ciudad y en cuanto te internas por sus tortuosas carreteras una sencilla gran verdad te golpea de repente: es un país en guerra. Las FARC es la guerrilla más antigua de Latinoamérica y el país lleva casi cuarenta años inmerso en un conflicto armado. La presencia del ejército es patente en todas partes. Los soldados, fusil en mano, te saludan sonrientes desde el borde de la carretera con el pulgar hacia arriba, como diciendo, “tranquilos, estamos aquí”. Si los soldados no se dejan ver, puedes o debes empezar a preocuparte.

Decidimos centralizar la producción en Villavicencio, capital del Meta en los llanos orientales. Allí fue donde se reunieron los Jefes de Estado, delegados de varios países y cientos de periodistas durante la crisis de la liberación de los rehenes en el año 2008. Los sucesos que sirven de punto de partida a nuestra historia. Este departamento había estado en manos de la guerrilla hasta hace pocos años y adentrarse más hacia el Guaviare era un suicidio.

Cuando aterrizamos en Villavicencio estaban en plena campaña electoral. Convivimos durante cuatro meses con un paisaje permanente de carteles electorales, mítines, festejos, desfiles, etc. Más de cien candidatos se presentaban a gobernador, alcalde, concejales, etc. y pronto nos empezamos a preguntar cómo iba a afectar esta situación a la marcha de la película. En seguida comprobamos que no había ni un solo piso libre en la ciudad, pues cada candidato arrastraba a todo un equipo detrás para llevar su campaña y habían acaparado todas las oficinas disponibles. Encontrar oficina de producción fue la primera dificultad no prevista.

El siguiente gran escollo fue encontrar la localización de La Vereda de la Paz, la aldea en mitad de la selva donde vivía Crisanto. Necesitábamos un río ancho y caudaloso de aspecto amazónico con una aldeíta en un lugar remoto e idílico. Villavo está al pie de la cordillera, por lo tanto el cauce de sus ríos es estrecho y pedregoso. Pasamos varias semanas recorriendo los llanos infinitos a bordo de una camioneta con gran tesón y determinación. Cada vez íbamos un poco más lejos. Las distancias son enormes, el tráfico en ocasiones muy lento por la gran cantidad de camiones que circulan y el calor cada vez más agobiante. Se barajaron todo tipo de posibilidades imposibles, como construir la aldea en un cruce de ríos donde en Meta se junta con el Manacacías a cuatro horas de la ciudad y en una punta de tierra solo accesible por barco. Además el terreno era poco firme y fácilmente inundable. Aunque el lugar era espectacular, me negué. ¿Qué clase de logística habríamos necesitado para rodar allí con niños, guerrilleros, canoas, mono, etc.? Eso sin contar con que podías construir el decorado y cualquier mañana encontrarte que había desaparecido bajo el agua. Las lluvias merecen otro capítulo aparte.

Llegamos hasta Puerto Gaitán, zona de petroleros, continuamos avanzando hasta donde acaba la carretera asfaltada y seguimos por pista de tierra hasta San Miguel, siguiendo el curso del río Meta. Parecía el lejano oeste, un lugar sin ley. Allí el río era hermoso, pero estábamos en el fin del mundo. Tampoco había aldea a la orilla del río y teníamos que construirla. El calor y los bichos nos masacraban, pero pensábamos que habíamos encontrado nuestro lugar. Al menos había electricidad, un lugar donde establecer la base y un pueblo cerca donde abastecernos y contratar a los extras. Estábamos locos.

Otra opción fue una diminuta aldea de pescadores a orillas del río Negro. Parecía casi perfecta, solo que estaba rodeada o más bien prácticamente sepultada en una plantación industrial de palma de aceite. En planos cortos podía parecer selvático por la cantidad de palmeras que había, pero a media distancia uno se daba cuenta de que era una plantación, no un entorno natural. Además el río hacía honor a su nombre y aparte de un siniestro color negruzco, el agua presentaba peligrosos remolinos. La sola idea de dejar que Luis manejara allí una canoa con toda la familia a bordo, daba escalofríos.

Más tarde decidimos reconsiderar un lugar que habíamos visto desde un principio llamado La Banqueta en Cabuyaro pero que descartamos porque una carretera de denso tráfico moría en el río y un sistema de transbordadores cruzaba carros y camiones al otro lado. Intentamos por todos los medios conseguir permiso para cortar esa carretera y suspender el tráfico de planchones, pero fue imposible. Finalmente lo incorporamos a la historia.

Trasladamos a todo el equipo a Puerto López, a dos horas de distancia de Villavicencio. Aún así, cada mañana teníamos casi hora y media de viaje por pista de tierra hasta la localización. Salíamos del hotel todos los días a las 4 de la madrugada. Esos trayectos eran para mí momentos de paz en los que meditaba sobre lo que nos depararía el día mientras los demás dormían. Amanecía despacio y por momentos el cielo era rosa, amarillo, azul y negro todo al mismo tiempo. A menudo veíamos osos hormigueros junto al camino. Yo daba la voz de alarma y de repente se producía una pequeña revolución entre el equipo. Qué animal tan extraño, nos producía una enorme fascinación verlo tan cerca.

En La Banqueta arrancamos el rodaje de la película. Siempre nos planteamos hacer un rodaje cronológico. Entre otras cosas porque la historia es una viaje vital y también geográfico. Los personajes se mueven constantemente desde su edén particular, pasando por varias poblaciones cada vez más grandes hasta terminar desahuciados en la gran ciudad. Con cada movimiento la calidad de vida de esta familia se deteriora un poco más, son desplazados que acaban en la indigencia total. Las localizaciones reflejan esto a propósito y el plan de rodaje empieza en la selva y acaba en Bogotá. Además teníamos la amenaza constante de la lluvia y los cambios instantáneos de luz. Estábamos en el trópico y en cuestión de segundos se podía armar una gran tormenta y caer un diluvio cuando minutos antes estábamos rodando con un sol radiante. Durante la preparación esta fue una de mis peores pesadillas. Alerté reiteradamente al director, al director de fotografía y a todo el equipo de esta circunstancia. Teníamos que estar preparados para todo y poder rodar bajo la lluvia si era preciso. Las tormentas no eran intensos chaparrones que pasaban rápidamente, sino que podía llover un día entero, incluso dos o tres días seguidos. Era impensable cortar y esperar a tener raccord de luz o a que se secara el suelo. Cuando llovía, caían verdaderas trombas y se encharcaba e inundaba todo. De alguna manera mi insistencia terminó por calar hondo y Miguel incorporó este problema a su manera de rodar. Resolvía las secuencias muy rápidamente con pocos planos, por si cambiaba la luz de forma repentina. “Es imposible trabajar con este clima” me decía en la preparación. “¿Por qué hemos venido al trópico? ¿Cómo vamos a rodar?”. “Planos secuencia”, le decía yo, “y si se pone a llover en mitad del plano lo incorporamos a la historia”. Efectivamente el primer día de rodaje diluvió sin tregua. El equipo se movilizó trabajosamente sobre el enorme barrizal que era nuestro decorado. Las camionetas 4x4 que trasladaban el material se quedaban constantemente atascadas en el barro, el material era penosamente cubierto con plásticos, los actores se empaparon haciendo sus secuencias, en fin, fue un día infernal pero se rodó una buena parte de lo previsto. Lo malo fue que al día siguiente salió un sol deslumbrante y así siguió toda la semana. Fuimos rodando todas las secuencias de ese decorado, pero se nos había quedado colgada una que tenía continuidad directa con lo rodado el primer día y necesitábamos lluvia o por lo menos un cielo nublado. Suplicamos a todos los dioses para que lloviera, pero no hubo forma. Al final tomamos un drástica decisión y pasamos una secuencia de día a noche y rodamos otra con luz de atardecer para simular que estaba nublado como el primer día. El equipo empalmó casi 20 horas de rodaje. Fue extenuante, pero terminamos felizmente en esa localización y pudimos regresar a Villavicencio, dar un día libre y continuar con el rodaje ya desde la base principal.

El otro gran pilar de la película fue conseguir la colaboración del ejército para rodar algunas secuencias fundamentales. Necesitábamos helicópteros, soldados, vehículos, armamento, etc. Iniciamos las gestiones por varias vía, a nivel local en la base de la Fuerza Aérea en Villavicencio y a nivel estatal en las más altas instancias de Bogotá. Todo parecía ir bien, lento pero seguro. El rodaje comenzó y para ganar tiempo movimos todas las secuencias que requerían colaboración del ejército al final del plan. Pronto nos dimos cuenta de que estábamos inmersos en un inmenso laberinto de burocracia militar que nos acabaría desquiciando a todos.

Ya con el tiempo encima, Juan Pablo Tamayo –el productor colombiano que nos hacía el service- y yo viajamos a Bogotá a entrevistarnos con la Jefa de Prensa del ejército nacional, quien tenía que dar el visto bueno al guión y aprobar la participación. Nos dijo que estaba todo aprobado. Respiramos aliviados. Que solamente faltaba la firma de un general y que era cuestión de un par de días más. Resultó que el día que le iban a pasar el documento a la firma al general las FARC asesinaron de un tiro de gracia en la nuca a cuatro rehenes policías y soldados, que llevaban más de 10 años secuestrados, durante el transcurso de una incursión del ejército para intentar liberarlos. Esto fue un auténtico drama nacional, además comprometía mucho al gobierno y al ejército pues este tipo de acciones son muy criticadas por la opinión pública y los familiares de los rehenes, pues ponen en peligro la vida de los mismos. Efectivamente, se les echó encima la opinión pública, el Presidente de la República y el Ministro de Defensa tuvieron que comparecer en televisión a dar explicaciones. La gente se echó a la calle a protestar y se organizaron multitudinarias manifestaciones en Bogotá. Como es natural, toda la cúpula mayor del ejército se volcó en esta crisis y nuestro permiso quedó olvidado. Entramos en un gran bucle de llamadas constantes, esperas llenas de angustia y gran desesperación. Nos decían que estaba, pero seguía faltando una firma… Por fin contactaron con la base de Villavicencio, que era donde teníamos que rodar y cuyos helicópteros necesitábamos usar. Ya estábamos al límite de tiempo, no nos quedaba nada más que rodar. Nunca me había encontrado en una situación tan peliaguda, con el agua literalmente al cuello y sin ningún margen de maniobra posible. El permiso estaba pero no estaba. ¿Cómo era posible? Tuvimos que parar el rodaje un día entero para dar más margen a que llegara la firma tan deseada y el radiograma a la base para dar luz verde a que ingresáramos.

Cuando por fin llegó el permiso y nos dieron una persona de contacto en la base con quien ultimar los detalles, el coronel al mando de la base nos comunicó que no tenía helicópteros disponibles pues estaban atendiendo unas inundaciones en otro departamento. Casi enloquezco de frustración. No se podía hacer nada.

Convoqué un gabinete de crisis y decidimos que había que marcharse de Villavicencio inmediatamente. Salir para Bogotá a rodar la última secuencia de la película y suplicar al ejército para que transfirieran el permiso que teníamos para rodar en otra base, la de Tolemaida en Girardot que aparentemente era la mayor base del país y la que tiene más helicópteros pues ahí les hacen el mantenimiento y entrenan a los pilotos.

Para cuando terminamos la reunión eran las diez de la noche y tuvimos que organizar el viaje a Bogotá y pedirle al equipo que preparara las maletas y estuvieran listos para salir a las 7 de la mañana. A partir de aquí empezó una auténtica huida hacia delante que casi acaba con nosotros. Todos estábamos a estas alturas ya muy agotados tras una compleja preparación y un rodaje en condiciones bastante duras en general. Terminar la última semana improvisando a cada minuto, devanándonos los sesos para dilucidar qué rodar, en qué momento y dónde era la puntilla definitiva.

El equipo de producción colombiano se arremangó y sacando fuerzas de flaqueza se pusieron manos a la obra para lograr cambiar las fechas de los permisos y así de un día para otro estábamos listos parar rodar en pleno centro de Bogotá con cortes de tráfico incluidos. Mientras se rodaban las últimas imágenes de la película, los productores pasamos de despacho en despacho de general en general para conseguir agilizar el permiso para rodar con los ansiados helicópteros. Era ya prácticamente imposible conseguirlo y nos planteamos desde hacerlo en otro país a cortar el rodaje y volver después de navidad. Cualquier opción era una catástrofe, en definitiva.

Al día siguiente de terminar en Bogotá, yo me encaminé hacia Girardot a tres horas y media en coche y donde se encuentra la base de Tolemaida. Allí pretendía conseguir localizar en el interior de la base y establecer contacto con algún mando in situ. Mientras tanto, una unidad reducida hacía un plano de la canoa de Crisanto y su familia navegando por el río Magdalena. La rodamos con dobles y dimos día libre a todos los actores y la mayoría del equipo técnico. Así ganábamos un día más en nuestra carrera contra el tiempo mientras el permiso llegaba. Era ya el tercer día de rodaje que perdíamos completo, dos por el retraso del permiso y otro más por una huelga de transportes salvaje que bloqueó las carreteras en Villavo y nos impidió llegar a la localización. Creo que nunca había vivido una situación tan angustiosa en ningún rodaje en toda mi vida.

Por fin logramos entrar en la base a localizar con Miguel y con Emiliano, el ayudante de dirección. Sin embargo nuestra odisea no había terminado, nuestro contacto de carne y hueso, el Mayor Quintero, no pudo llegar para recibirnos pues un helicóptero se accidentó y tuvo que dar la vuelta a medio camino y regresar a Bogotá. Un teniente nos paseó por la base, vimos un montón de helicópteros pero nos explicó que la mayoría estaba en mantenimiento y que no se sabría con qué helicópteros podíamos contar hasta el momento justo de rodar, pues podían estar todos ocupados en alguna misión. Tampoco encontramos un lugar dentro de la base que nos sirviera de casa de la fiscalía donde alojar a la familia como testigos protegidos. Una vez más, tuvimos que improvisar y lanzarnos a buscar casitas adosadas por las urbanizaciones de la zona a ciegas. Al día siguiente llegaba el grueso del equipo y teníamos que rodar como fuera!

El mayor Quintero llegó por fin a las nueve de la noche y nos reunimos para concretar la entrada a la base y el rodaje al día siguiente. Meter a 80 personas de equipo en una de la mayores bases del ejército colombiano con tan poca antelación no era tarea fácil, debido a las lógicas medidas de seguridad. Los tres días siguientes fueron un auténtica montaña rusa de emociones, adrenalina disparada, vuelos en helicóptero, dificultades de coordinación tierra-aire, convivencia dentro de la base de un equipo de rodaje completo con los pilotos, soldados y oficiales… Tanto unos como otros se volcaron y sacaron lo mejor de sí para darlo todo. Fue un fantástico final feliz para nuestra aventura. En el momento en que se dio el corte al último plano de la película todos empezamos a abrazarnos y la gente se puso a llorar, algunos a lágrima viva, otros a duras penas lograban ocultar sus lágrimas por pudor. Allí había gente muy curtida y bregada en mil rodajes que no se libró del llanto y que como yo nunca había visto un fin de rodaje tan emotivo.

Desde aquí quiero expresar mi agradecimiento a todo el equipo y especialmente a Juan Pablo Tamayo y Carmencita Pineda cuyo compromiso, dedicación y entusiasmo han hecho posible este rodaje.

Cristina Zumárraga, productora


Notas de producción. Farruco Castromán (Zircozine)
Decir que el rodaje de una película como ésta resultó duro y logísticamente espinoso es tan cierto como obvio. Colombia sufre un conflicto armado que lo impregna todo, que pesa tanto en la vida de las personas como en el funcionamiento del país y, por lo tanto, también fue el marco en que tuvimos que sacar adelante un proyecto que, para más “inri”, cuenta con una historia que define cómo es la vida; cuando la vida de uno transita en un contexto de conflicto armado.

“Operación E” habla, entre otras cosas, de supervivencia. Del instinto que se multiplica en Crisanto cuando se encuentra determinantemente decidido a salir adelante en un entorno que parece estar decidido a todo lo contrario. En este sentido, el rodaje funcionó como nuestro protagonista. Las carencias en materia de comunicaciones e infraestructuras propias de un país en vías de desarrollo eran suplidas por la perseverancia, el esfuerzo, la astucia y la imaginación. Siguiendo el paralelismo con nuestro Crisanto, él es una persona más en el océano selvático intentando ganarse la vida con el sudor de su frente que se ve involucrado, absorbido y condicionado por un conflicto que influye en el mismo aire que respira. En este sentido, el rodaje de escenas que resultaban vitales se vio muchas veces dificultado por bucles burocráticos propios de un país cuyas fuerzas armadas se encuentran en permanente estado de alerta. El poder militar en Colombia se extiende allá donde uno mire, igual que el calor, y esto convirtió en una auténtica misión diplomática la obtención de, por ejemplo, los efectivos aéreos que necesitábamos para que la historia de Crisanto y su familia fuese todo lo honesta posible con el presente. Crisanto nada en unas aguas cuyas mareas no puede controlar, ni prever, ni tampoco esquivar. Y el rodaje de la historia de Crisanto, tuvo que hacerlo también.

En Colombia vivimos muchas situaciones extremas, muchos imprevistos que superaban en entidad al imprevisto anterior, muchos cambios y momentos difíciles que, sin embargo, además de afilar nuestro espíritu de superación, sacaron de todos y cada uno de los miembros del equipo una fuerza, entrega y compromiso con la película difícilmente alcanzables en unas condiciones menos procelosas.

Contamos la historia de “un nadie” que sin buscarlo pasa a ser un eslabón clave en una cadena que aprisiona a otros “nadies” como él. Personas que, como cuenta Galeano, no son humanos; sino recursos humanos. Personas que merecían que su historia contase y se contase, que nos recibieran con la ilusión y el entusiasmo que se echan de menos entre la flor y nata del cine, que hicieron que todo mereciera la pena y convirtieron lo improbable en posible y lo imposible en probable. Así que sí, señores, el camino fue arduo y complicado, pero la claqueta final de Operación E tuvo más de despedida del familiar amado que alivio por poder volver a la normalidad.

Farruco Castromán, productor/actor


Rodando "Operación E". Emiliano Torres (Ayudante de dirección)
Llueve. Otra vez. Todos los días. Eso escribí en mis primeros mails de reporte a la producción acerca de la situación en Villavicencio.

Fui el primero en llegar a Colombia, luego de una breve estadía en Bogotá para encontrar a los productores locales y supervisar el casting, viajé a Villavicencio. La carretera y las anécdotas del viaje Bogotá-Villavicencio, uno de varios, son infinitas. Luego de sobrevivir a 4 horas por una carretera serpenteante entre montañas, valles, retenes militares y cientos de camiones con petróleo que se adelantaban en los lugares mas impensados, el vehículo en el que viajaba entró en un túnel, un cartel anunciaba la proximidad de Villavicencio, al salir del túnel una lluvia imprevista y torrencial estallaba sobre el parabrisas y apenas permitía distinguir la carretera. Habíamos llegado a “El Llano”.

Al llegar pedí un escritorio y un puesto de trabajo en la oficina, el viaje había sido largo y necesitaba ordenar mis papeles y organizar el plan de trabajo. Ese mismo día luego de la primer reunión con los contactos locales me di cuenta que no iba a poder preparar esta película desde una oficina. Nunca volví a ese escritorio. A las seis de la mañana del día siguiente estaba abordo de una camioneta, decidí basar mi trabajo sobre el conocimiento exhaustivo del territorio y de las alternativas y vías de acceso. Teníamos poco tiempo y sabía que necesitábamos un plan de rodaje flexible y múltiples opciones en caso de imprevistos. El clima, el estado de los caminos y los conflictos sociales propios de una zona bajo tensión por la cercanía del conflicto seguramente nos obligarían a cambiar de planes permanentemente. Y así fue. Ese modo alternativo y casi “de emergencia” de encarar el trabajo me permitió conocer y profundizar en el acercamiento a los protagonistas y las problemáticas de los temas que toca el film. A partir de allí el resto de las decisiones, desde el casting hasta el concepto estético de la película fueron una consecuencia casi natural del proceso.

Más que una experiencia profesional se trató una experiencia humana única, en la que en condiciones que distaban mucho de ser ideales, rodamos una película de gran exigencia artística y de producción. Nos adaptamos y nos hicimos fuertes ante la adversidad, la lluvia pasó de ser un problema a un verdadero “milagro” que debía ser aprovechado. Rodamos en todas las condiciones climáticas y naturales imaginables, y en lugares en donde el agua potable o la electricidad eran ya un bien muy preciado. Bajo un sol agobiante, navegando en embarcaciones hechas con troncos, transportando equipos con el barro hasta las rodillas, custodiados por el ejército o en barrios periféricos en donde ninguna seguridad es suficiente, cada inconveniente se transformaba en una aventura y nos hacía mas y mas fuertes como equipo. Afrontamos el rodaje con espíritu casi documental, mezclando elementos de ficción propios del guión con los accidentes e imprevistos que se nos presentaban cada día. Convertimos las limitaciones en estilo y muchas veces en inspiración. Al final del día, regresábamos como guerreros luego del combate, agotados, algunas veces heridos, pero siempre con la sensación compartida de que el día había sido infinitamente productivo, y que habíamos rodado imágenes y escenas que iban mucho mas allá de lo imaginado originalmente.

Sin duda la inteligencia y la sensibilidad con la que Miguel planteó el rodaje fue decisiva, Josu y su enorme capacidad de adaptación a las condiciones mas extremas fue el otro gran pilar de este rodaje. Delante de cámara la teníamos fácil, Luis y Martina encabezaron un elenco de enorme profesionalismo y de gran comprensión de la especial situación en la que se desenvolvía el rodaje. El equipo colombiano quedará en nuestra memoria para siempre, la alegría y la pasión con la que afrontaron el rodaje fue determinante para lograr que el film fuera lo que es.

Niños, recién nacidos, animales, embarcaciones, armas, selva, lluvias, helicópteros... No faltó nada, y sobrevivimos.

Emiliano Torres


Nota sobre la fotografía. Josu Inchaústegui (director de fotografía)
En el proceso de definir la estética de un proyecto intervienen muchos factores que desde la lectura del guión comienzan a combinarse y originan una etapa de búsqueda frenética de referentes, muchos están dentro de uno mismo y otros en el entorno.

Super16mm Vision 3 fue la elección para capturar la esencia de la historia que queríamos contar, un formato muy cercano a mí por mi etapa documental y con una respuesta cromática y de latitud excepcionales a la vez que imprescindibles para lograr superar las dificultades que plantea un rodaje en la selva, con sus continuos cambios de luz y por tanto de aspecto, y además tratar de captar toda su belleza. El formato elegido 2:35 scope enmarca el viaje que camina siempre entre la grandeza de los exteriores naturales y la dureza de los paisajes urbanos, se trataba de que la fotografía fuera de "verdad", cercana a la vida de los protagonistas, retratada desde dentro y fiel a los extremos por los que transcurre su viaje.

La elección de combinar tele objetivos sobre travelling con angulares cámara en mano aporta esa mirada dentro y fuera que caminan en la misma dirección, a pesar de ser conceptos opuestos.

Para finalizar, el proceso de escalado de S16mm a 35mm scope genera un aumento de grano, pero es un grano orgánico y amable que acerca aún más al espectador a la realidad de este gran país, sus enormes contrastes y maravillosas gentes.

Josu Incháustegui, director de Fotografía