En 1970, Steve McQueen era el rey de Hollywood. Tras el éxito de El caso de Thomas Crown y Bullitt (1968), nada podría hacerle caer. Amante del automovilismo, ahora podía hacer una película que sería la pasión de su vida. Su rodaje cambiaría su vida para siempre. La película combina impresionantes secuencias inéditas y grabaciones de audio de entrevistas. Es la historia verídica de una leyenda del cine que arriesgó todo para hacer realidad su sueño.


Sinopsis larga
En mayo de 1970 Steve McQueen voló a Francia para comenzar a trabajar en la que él consideraba su película más importante. La vida le sonreía.

Vivía en una mansión de Beverly Hills. Se parecía tanto a un palacio que en los círculos de Hollywood era conocida como "El castillo". Tenía dos hijos y una bella esposa, Neile.

Los años sesenta habían sido su década dorada.

McQueen se dio a conocer al público en un clásico del Oeste, Los siete magníficos, antes de protagonizar La gran evasión, uno de los mayores éxitos de taquilla del cine bélico.

Había cautivado a la crítica con una cinta romántica de notable éxito, El caso de Thomas Crown. Tras este trabajo interpretó el papel de un policía inconformista en Bullitt, la película que convirtió las persecuciones de coche en un elemento esencial del cine.

Bullitt fue el quinto éxito consecutivo de McQueen. Estaba en la cumbre. Se hacía respetar y tenía poder.

Su productora Solar Productions había firmado un contrato de seis películas con Cinema Center Films. McQueen podía trabajar para sí mismo, elegir su propio material y recoger los beneficios.

Por fin podría hacer la película que le había obsesionado durante toda una década… Le Mans.

Cinema Center Films invirtió un presupuesto de seis millones de dólares. Era el mayor presupuesto para una película de McQueen hasta ese momento.

El legendario cineasta John Sturges (La gran evasión, Los siete magníficos) sería el director.

Bob Relyea, el socio y buen amigo de McQueen, sería el jefe de la producción.

A la estrella y a su película no les faltaría nada.

McQueen se alojaría en un palacete de estilo francés del siglo XIV.

Contarían con un equipo internacional de técnicos y mecánicos de élite, dirigidos por cuarenta y cinco de los pilotos de carreras más famosos del mundo.

El realismo estaba continuamente en el punto de mira de McQueen. Quería captar el peligro real y la auténtica esencia de las carreras.

Para ello McQueen exigiría que se grabasen carreras a tiempo real a diario.

McQueen no veía con buenos ojos los efectos especiales, los últimos avances con la cámara lenta ni las historias románticas.

Le Mans contaba con la estrella más grande de Hollywood, con uno de sus grandes directores y el mejor equipo técnico que se haya reunido jamás.

Pero al empezar la producción a principios de junio de 1970, McQueen aún no tenía un guion.

Esta es la historia de cómo uno de las estrellas de cine más carismáticas de todos los tiempos lo perdió casi todo al perseguir su sueño.