Lidia Damunt, En el cementerio peligroso

El 20 de abril llega a las tiendas en cd y en vinilo En el cementerio peligroso, el segundo disco de Lidia Damunt.

Las ilustraciones son de Susana de TCR y el diseño de Mario Feal.


Comentario
Lidia Damunt es una de las grandes. Cuando digo una de las grandes no me refiero a una de las grandes a nivel nacional, sino a una de las grandes, sin más. Quizá aún nos cueste hacernos a la idea de que una compositora de La Manga del Mar Menor esté en condiciones de codearse artísticamente con algunos nombres supuestamente inalcanzables del panorama internacional, pero el vértigo que produce acercarse a sus canciones no deja lugar a dudas. ¿Es posible que algo así haya crecido tan cerca de nosotros? Si en su notable debut, el álbum "En la isla de las Bufandas", se situó en un insólito punto intermedio entre Nashville (ciudad de referencia del country) y Olympia (capital pop de la cultura "Hazlo tú mismo"), con "En el cementerio peligroso" da otro paso de gigante y nos pone las cosas un poco más difíciles. En realidad, era predecible. Cuando ya casi nos habíamos acostumbrado al talento insobornable de Hello Cuca, el grupo que Lidia comparte desde hace 12 años con su hermana Mabel y con Alfonso Melero, escuchar de repente las canciones del proyecto en solitario de la menor de las Damunt supuso un shock que cogió a muchos con el pie cambiado. Pocas veces se ha visto tan claro que estábamos ante el comienzo de una trayectoria que sólo podía ir en ascenso. "En el cementerio peligroso" (título de una novela medieval en la que Lidia se inspiró cuando escribió la canción del mismo nombre) confirma, por si aún quedaba alguna duda, aquello en lo que Manolo Martínez (Astrud) y Howe Gelb (Giant Sand) coincidieron, cada uno por su lado, tras ver su actuación en el festival Faraday del año pasado: esta chica tiene algo. Algo tan intransferible que poco importa que Lidia nos cuente lo mucho que ha estado escuchando a Shirley Collins mientras preparaba este disco o que cite a Davy Graham, a Odetta y a Calvin Johnson como algunas de sus principales influencias. Lidia Damunt es dueña de un imaginario propio, repleto de personajes medievales, naufragios famosos, matrimonios, historias laberínticas, animalitos, partidas de ajedrez y pasillos de hotel. Se ha inventado su propia psicodelia y el resultado nos muestra todo lo que este hallazgo puede dar de sí. Por eso cuando entras en su universo te cuesta tanto salir de él. Lidia nos coge de la mano y nos lleva por los pasillos de ese cementerio donde resuenan ecos de balada esotérica, folklore del sureste y canciones de pop minimalista y fantasmal. Baja las revoluciones y sube la intensidad, y cuando termina el disco te cuesta asimilar todo lo que ha ocurrido en poco más de media hora. Para empezar, porque no es fácil reponerse de un arranque con dos canciones como "Entre los pinos" y la desarmante "Perdóname". Porque "Su nombre es Chaan" y "El hundimiento del Sirio" nos vuelven a avisar de que estamos ante una creadora imparable. Porque la magia indescriptible de "Guinglain" parece de otro mundo y porque "Echo a correr" logra que el álbum termine tan extraordinariamente bien como empieza.

Lidia Damunt escribe las canciones que otros quisiéramos componer, entrega los discos que otros quisiéramos grabar y ofrece los conciertos que otros quisiéramos dar. Tan pequeña que casi no nos puede ver. Tan grande que por un momento casi sólo podemos verla a ella.

Roberto Herreros