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Dios te salve, Dolores

Reseña del concierto de The Cranberries en Madrid, del 12 de marzo

Cristina Cardín
13/03/2010 | 00:00 CET

La regresión a los 90 sigue siendo cosa de loosers y de imaginativos idealistas que se sientan a jugar al Risk y a confabular contra el sistema – y yo me enorgullezco de ser una de ellos - . Pero la regresión a los 90 tiene algo más: tiene banda sonora.

Siempre me ha gustado la fusión del rock o el pop con sonidos celtas. Creo que es una fórmula que encaja tanto en la creatividad más salvaje como en el aprobado con creces entre el gran público. Aquí tenemos a Celtas Cortos, y en Irlanda tienen a The Corrs y a la banda por antonomasia, la protagonista de estas líneas: The Cranberries.

Si esperábamos una legión de admiradores de ese one hit wonder que fue Zombie, nos equivocábamos. El Palacio de Vistalegre se llenó este 12 de Marzo de entusiastas y creyentes de la música con 26 o más primaveras, enganchados a la voz de una terrateniente Dolores O'Riordan (tengo que criticar que muchos solo fueran a verla a ella) y a sus muy acertadas composiciones.

La diva, cada vez más parecida a una Mercedes Milá escénica (mala comparación: también recuerda a la gran Joan Jett y a veces a Debbie Harry), convenció a la mayoría y ejerció de maestra de ceremonias de un concierto más bien de andar por casa, pero envolvente y seguro de si mismo. Destaco Linger, escondida pero de las más aplaudidas, junto a Desperate Andy y, cómo no, Zombie, similar a un ciclón e interpretada en el momento adecuado.

Los temas más introspectivos de O'Riordan y su equipo, como puede ser Shattered, pasaron quizá demasiado sin pena ni gloria, con algunos fallos de entrada y ejecución, pero sin desmerecer al desenfrenado guitarrista que cumple los objetivos, aunque en varias ocasiones de la sensación de estar tocando para si mismo más que para el público. Cosas de los 90. Menos mal que el carisma de Dolores todo lo puede, gracias a sus despreocupados bailes y sus sinceras charlas ("En Madrid he podido visitar vuestros preciosos museos", confesó).

Es vital nombrar varias píldoras que provocan efectos psicotrópicos en el respetable, como es el caso de Salvation, frenética y desmedida, siendo así la cura perfecta para esa medición poco favorecedora de la que hacen gala los Cranberries. Repito: cosas de los 90. Pero llegada la mitad del concierto, la banda se suelta y ofrece un Ode to my family entregado, vivo y sincero, que podría dar más de si pero que cumple las expectativas, y las pasa con nota.

Canciones coreables como When you're gone o Free to decide, esa delicia insustituible que es Animal Instinct, frente a grandes ausentes que echamos de menos como Delilah o Dying in the sun, y un final predecible pero aún así volcánico, con Promises, probablemente una de las mejores composiciones de los últimos años, hecha con el corazón y escupida con el estómago, y Dreams, himno renacentista que perpetúa ese espíritu valiente que aún confía en un mundo mejor.

Hablar de The Cranberries es hablar de poema tras poema, un poco desunidos y desgastados por el tiempo, pero con la justa firmeza que necesitan corazones heroicos debilitados por el tiempo y el destino – que decía Tennyson – Lírica celta pasada por cultura popular, poco amiga del mainstream, y resistente a juicios y entropías: es sencilla, es honesta, y llena es de Gracia.

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