John The Conqueror, en el camino a la buena vida

El fin de semana se iniciaba con un acto de amor entre las nubes grises y las calles encarnadas, pobladas de parejas, tríos y grupos. Y no era sexo lo que buscaban, a pesar de que pudiera palparse en el ambiente del centro de Madrid. No. Era música. Por una vez, tanto las almas solitarias como las acompañadas, celebrarían un San Valentín diferente. Muchas opciones se presentaban para danzar tórridamente bajo la lluvia: por allí Forastero caldeando El Intruso, por allá Los Nastys incendiando Wurlitzer. Pero nosotros escogimos las llamaradas que John The Conqueror prenderían a su paso por Boite Madrid.

Pierre, Michael y Ryan dan vida a John, tomando su nombre del príncipe de los esclavos. Los dos primeros, nacidos y criados en Jackson, Mississippi, se unieron al bajista en la ciudad de Philadelphia, y allí comenzaron su viaje por el folk y sus coqueteos con todos los estilos que se entremezclan en la historia musical norteamericana. Ahora presentan su segundo trabajo, The Good Life, invitándonos precisamente a disfrutar de la buena vida, regada con buena cerveza y bañada entre buenas melodías.

Colgando el cartel de todo vendido, el trío sureño salió al escenario aclamado por un considerable número de seguidores. ¿Quién dice que el rock está muerto? Personalmente, creo que está dormido. Y, aunque John The Conqueror pueda tener todas las papeletas para cumplir su función de príncipe azul, no logra despertarlo del todo.

Las primeras notas de I Just Wanna cayeron como la lluvia afilada y refrescante, seguidas de Got My Mojo Workin' y Lucille, una buena pieza de ritmo y saber hacer. De ahí hacia delante, el concierto se vuelve una sobria repetición de estructuras, de ejecución impecable pero carentes de originalidad y desparpajo. Se echa de menos más tablas, más soltura, pues es una banda muy joven, sí, pero tendría que estar más llena de energía.

La voz de Pierre Moore es contundente y muy sensual en temas como Cocaine o Southern Boy, donde recuerda a Barrett Strong, aunque más duro. Solo necesita repasar el capítulo dedicado al Frontman de cualquier libro de rock que se precie. Michael Gardner, batería racial y con carácter distintivo, tiene una gran presencia, y Ryan Lynn, que se agarra como un clavo al suelo, es directo y profesional. La Epiphone de Moore también brilla, y sin necesidad de pavonearse con aburridos y egocéntricos solos.

Esta banda está compuesta por tres virtuosos, pero también por tres amigos que saben que son una banda, y eso es importante. Si arrancan la timidez de sus botas y calzan en ellas algo de sabor country como sus ex compañeros de sello, The Black Keys, seguramente pisarán con más fuerza al desembarcar en futuros escenarios.




Fotos: Mario Lizondo